Wednesday, March 16, 2022

El Deseo de Dios. Los Reyes Magos y la Estrella (Mateo 2:1-12)

  


El Deseo de Dios.

Los Reyes Magos y la Estrella (Mateo 2:1-12)


Los Reyes Magos emprenden su viaje, expresan la búsqueda de la auténtica verdad, el deseo de acoger la propuesta relacional que Dios ofrece a todo hombre. La estrella simboliza a Cristo; posee una cualidad "luminosa" que ilumina la oscuridad de la historia y del hombre. La estrella tiene también un papel orientativo, muestra el camino, marca la senda. No es solo el camino que el hombre debe seguir para llegar a Dios; es el entrelazamiento de los caminos que se desarrollan en el espacio de la tierra, es el camino de la vida humana. La orientación de la estrella tiene una finalidad tanto teológica como antropológica. Cristo conduce al hombre hacia Dios, a Dios hacia el hombre y al hombre hacia los demás hombres.[1]

 

Los Reyes Magos y la estrella representan una búsqueda arquetípica del sentido existencial, de la plenitud de la vida. Es la búsqueda de la Verdad como comprensión, orden, armonía, amor y relación. Esta búsqueda se caracteriza por tres etapas: 1) El lugar de origen de los Reyes Magos, Oriente; 2) La estrella; 3) La adoración.

 

1) El lugar de origen de los Reyes Magos, Oriente

 

Los Reyes Magos vienen de Oriente, el lugar por donde sale el sol. El oriente evoca la iluminación y el comienzo.

Iluminación. En un nivel simbólico profundo, el sol naciente disipa la oscuridad del caos, la confusión, la desorientación. La palabra "orientar" viene precisamente de "este/oriente". La luz del sol naciente permite distinguir lo que parecía indistinto, con-fuso en la oscuridad. Con la luz, puedo recuperar el camino, la meta aparece de nuevo clara y visible. La luz, la iluminación, muestra mi lugar en el universo, que ya no es un caos deforme, sino que aparece como lo que es: orden, armonía y Amor. La iluminación es la comprensión de la Verdad; es la sabiduría.

 

La iluminación se produce cuando la objetividad de la Verdad (que es Amor ["Dios es Amor" 1Jn 4:8,16; "Dios es Luz" 1Jn 1:5]) se encuentra y es acogida por la subjetividad libre del hombre. La Verdad es íntimamente nupcial como relación fecunda entre dos sujetos individuales, y la nupcialidad está profundamente conectada con la Verdad, ya que es Amor, un don de sí mismo.

 

Oriente es el lugar donde se eleva la luz como cuna de la civilización. Israel posee la conciencia histórica de estar entre dos excelentes polos de civilización, uno en Oriente (Mesopotamia) y otro en Occidente (Egipto). Los Reyes Magos vinieron de Mesopotamia, y la Sagrada Familia huye a Egipto. Es el movimiento del sol. Cristo es reconocido primero por Oriente, y luego acogido por Occidente. Los Reyes Magos son los custodios y el punto culminante de milenios de búsqueda de la Verdad y de recepción de las mociones del Espíritu de Oriente.

 

Todo esto nos dice que Cristo es la Luz ("Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie viene al Padre si no es por mí" Jn 14,6). Sin él no hay iluminación. La luz de Oriente conduce a Cristo, y es Cristo mismo quien atrae hacia sí.

 

En el Evangelio de Mateo, inmediatamente después de las Bienaventuranzas, el lector queda "sobrecogido" por una frase extraordinariamente poderosa: "Vosotros sois la luz del mundo" (Mt 5,14). Solo encontramos esta afirmación en el primer Evangelio. Es una llamada a ser quien uno es, a hacerse cargo de la propia identidad, a dejarse implicar en la única aventura digna del hombre: asumir el Reino, interiorizarlo, vivirlo, expandirlo, comunicarlo. Esta es la misión de la Iglesia y del cristiano.[2]

 

El símbolo de la luz designa también la identidad y la misión de la comunidad escatológica: "luz del mundo" (Mt 5,13-16). Los discípulos poseen una identidad relativa a la de Cristo, y están llamados a influir en sus culturas actuales, a introducir el horizonte de promoción del Reino, pero tendrán éxito en la medida en que estén dispuestos a tener una relación personal con Cristo. El texto final del Primer Evangelio, el mandato misionero del Resucitado (Mt 28,16-20), nos revelará que la misión de la Iglesia es la misión de Cristo, y que el discipulado es una operación compleja, que incluye la predisposición suscitada por el Espíritu, la conversión y el camino cristiano ayudado por la enseñanza. Por último, el Resucitado confía plenamente en la capacidad de comunicación de los discípulos que, asistidos por el Espíritu Santo, están llamados a invertir todas sus energías, su creatividad, para compartir la Palabra de Jesús.[3]

 

Comienzo. Oriente también se refiere a todo lo que es inicial, el amanecer, el origen, el nacimiento, el surgimiento y la resurrección, la vida y la tradición, aquello que proviene del pasado.

Los Reyes Magos son los iniciadores de esta misión. La semilla, el punto generador, procede de Oriente. Como partícipes del origen, saben el momento del nacimiento del Mesías, y saben que nació en Judea. Herodes tendrá que preguntar a los eruditos de Israel, a los expertos de las Sagradas Escrituras, para saber el lugar exacto de nacimiento del "Rey de los Judíos". El Oriente, al ser la dimensión del comienzo, es esencialmente extático (ex-stasis), centrífugo, te devuelve a algo distinto de ti mismo, te saca de ti mismo para encontrarte con Aquel que es el Centro del universo y de ti mismo. De hecho, ésta es la trayectoria del origen: está hecha para superarse a sí misma, para salir, para ir más allá. Los Reyes Magos vinieron de Oriente para encontrarse con Cristo, y fueron los primeros en hacerlo. Muestran el camino.

El principio se refiere al pasado, a la tradición. En las culturas tradicionales, como en parte lo es también la cultura bíblica, lo que está al principio es más importante, virtuoso y veraz que lo que viene después. Por eso la tradición es el valor central en estas culturas. La idea básica es que los antepasados recibieron la plenitud de la verdad y las virtudes (generalmente de los dioses). Posteriormente, a medida que pasan las generaciones, esta plenitud se pierde progresivamente porque ninguna generación puede transmitir a la siguiente la totalidad de lo que ha recibido.

 

En el Evangelio de Mateo vemos un cambio radical. Cristo, el que está representado por la estrella, y al que hay que adorar (es Dios), no nace ni en el este ni en el oeste, sino en el centro, en Judea, en Belén. Aquí hay una ruptura significativa en el patrón tradicional. No todo había sido dado ya a los antepasados. De hecho, se trata del establecimiento de un nuevo modelo. La tradición ya no se ve como una plenitud inicial que se degrada progresivamente, sino como una anticipación, una promesa, un depósito, una preparación para la plenitud que debe tener lugar. Si queremos representar gráficamente los dos conceptos, podríamos decir que el primer modelo (el tradicional) tiene un punto de origen inicial, con una flecha que se aleja de este punto y que pierde consistencia a medida que pasa el tiempo (transmisión generacional). El nuevo modelo (el de Mateo y el del Nuevo Testamento en general), en cambio, presenta un punto en el centro, que es el lugar de convergencia de la flecha del pasado, y es al mismo tiempo el punto de divergencia de la flecha del futuro. Todo tiende hacia y parte del Centro que es Cristo. (El Antiguo Testamento se sitúa entre estas dos perspectivas. El pasado es importante, pero Dios sigue actuando, crea novedades y transmite la Revelación incluso en el presente. Además, la expectativa de un cumplimiento futuro aparece cada vez más).

 

Los Reyes Magos representan el comienzo de toda misión espiritual, el primer paso hacia la plenitud, la diferencia entre el cero y el uno. Traen algo nuevo al mundo, y esto causa confusión: "Al oír esto, el rey Herodes se turbó mucho, y toda Jerusalén con él" (Mt 2,3). Cada novedad perturba el orden establecido. Lo nuevo irrumpe en la historia.

 

Cristo es el modelo de toda novedad, y ninguna novedad puede existir sino en Él. Se puede objetar que no toda novedad es positiva, y por tanto no todas están en Cristo. En realidad, el mal no produce auténticas novedades, sino que se limita a volver a proponer los mismos modelos de maldad. Cristo es la auténtica novedad, y si una novedad es auténtica, está en Cristo. Pensemos, por ejemplo, en las novedades aportadas por el cristianismo: la prohibición del divorcio; el reconocimiento de la dignidad de toda persona humana, la necesidad, en consecuencia, de anunciar el Evangelio a todos y la crisis de la esclavitud; el valor del celibato para el Reino de los Cielos; los hospitales, universidades y bancos modernos; la doctrina social de la Iglesia; el método científico; el progreso tecnológico; las exploraciones; etc. Todo esto ha sido (y será) posible porque la tradición se ve de forma cristológica, es decir, como referencia a una plenitud que ya se ha dado (el nacimiento, la muerte y la resurrección de Cristo) y, al mismo tiempo, como preparación de una plenitud que se cumplirá en el futuro.

 

La novedad reconocida por los Reyes Magos, Cristo, es una novedad relativa, no absoluta. Es el rey de los judíos, es parte de una tradición, y es el Mesías esperado que se manifiesta de manera inesperada. Cada novedad (que sólo puede ser Cristológica) es relativa porque debe ser elaborada por el largo proceso de la tradición.

 

 

2) La Estrella

Los Reyes Magos representan la búsqueda del hombre de la Verdad, la paz y la plenitud. El objeto de su deseo es la estrella. Perciben que esa estrella en particular, con características muy distintivas, puede conducirles a la realización que buscan. También tienen un nombre para la realidad representada por la estrella: es el Rey recién nacido de los judíos, al que están llamados a adorar.

 

Pero ¿qué significa la estrella?

 

La estrella, además de ser un fenómeno celeste, también tiene un fuerte significado simbólico. Empecemos por la etimología. El término "estrella" proviene del latín stella, que está relacionado con la raíz indoeuropea ster/str.

 

La raíz str indica algo parecido a las luces que se cruzan, se esparcen/se dispersan por el cielo. Subyace la idea de dispersión, de esparcirse. Palabras tales como el latín sterno/sternere ("dispersar"), el griego stornymi ("extender, distender"), astrum (estrella en latín), stratos (griego "disperso en el campo de batalla, tropas") y strategos (griego "el que dirige las tropas, estratega") se originaron a partir de esta raíz. Las palabras "estrella" y "estrategia" derivan de la misma raíz: tan pronto como las estrellas están dispersas en el cielo, las tropas deben estar repartidas con el mismo orden y armonía en el campo de batalla.[4]

 

La estrella avistada y seguida por los Reyes Magos evoca, pues, el orden, la armonía, la estrategia. La estrella les guía hacia Aquel que es el Centro mismo del orden y la armonía cósmica/universal. Por tanto, ese niño Rey de los judíos es digno de adoración, es el Rostro de Dios mismo. La estrella indica estrategia y requiere estrategia para ser seguida. Los Reyes Magos obtienen información de Herodes, un excelente estratega, político y hábil comandante militar. Pero también aplican su propia estrategia.

 

Si queremos profundizar un poco más en el significado de la estrella, podemos remitirnos al origen de la palabra "deseo". En su libro Single, una vida suspendida, Ivana Quadrelli, habla del deseo en estos términos:

"El ser humano se esfuerza por alcanzar una plenitud que 'siempre se busca y nunca se alcanza plenamente”[5].  (...) El hombre descubre que sus deseos son 'la expresión siempre parcial e inexorablemente insatisfecha de un deseo más fundamental, cuyo objeto se nos escapa”[6].  Un deseo de algo a lo que no sabemos dar nombre. La palabra deseo, desiderium, está vinculada, según los escritores latinos, al término siderea,[7] que significa de las estrellas.   Se desean las cosas porque son una huella del infinito, es decir, "de las estrellas"[8].  En todo ser humano existe el deseo de realizar un amor perfecto en el que pueda abandonarse totalmente: en el origen de este deseo está, en el inconsciente, el deseo de Dios. Es una "sed del alma" (...) todo el que quiere obtener algo está en la agonía del deseo: el deseo mismo es la sed del alma. Y observa cuántos deseos se despiertan en el corazón de los hombres.[9] Cristo nos revela el fin que nos atrae y que el alma anhela. Al haber sido creados ad imago Dei, en la imagen de Dios (Gn 1,27), hemos sido creados para el amor. El deseo de las estrellas, del Otro (divino), se realiza a través del otro, la pareja, con actos tangibles. Ahí reside "el deseo de amar y ser amado y la propensión a autotrascender, hacia arriba, hacia el Absoluto"[10].  Es una fuerza inscrita en nosotros que caracteriza todo nuestro ser en sus propias raíces". [11]

 

Nuestro deseo por el absoluto, por la plenitud, por la realización, nos lleva a mirar hacia arriba, hacia el cielo. Después de todo, ¿qué es lo que deseamos? ¿Qué tienen en común nuestros numerosos deseos? Anhelamos la comida, las relaciones profundas, amar y ser amados, el infinito, Dios. Anhelamos lo que nos alimenta. Y deseamos lo que nos alimenta porque tenemos inscrito en nuestro interior el código de la plenitud. Estamos hechos para luchar por la autorrealización. Las estrellas (de-sidera) indican tanto el deseo como la realización, el camino y la meta.

De hecho, no puede haber un camino sin un objetivo, ni un objetivo sin un camino. Lo primero sería un vagabundeo sin sentido, sin dirección; y lo segundo sería inalcanzable, y un propósito inalcanzable deja de ser un propósito. Así, las estrellas, con su brillo y su pulsación, se convierten en un símbolo de algo a la vez lejano y cercano, un símbolo de contemplación y acción, de alimento y de realización. Si no estuviéramos habitados por el deseo, en todas sus formas, no nos veríamos impulsados a alimentarnos, y sin alimento no hay plenitud.

Desde aquí es fácil llegar a la Eucaristía, alimento para la plenitud de todo ser humano. Las estrellas evocan el verdadero alimento, el pan del cielo. Pero podríamos ir aún más lejos. Si la palabra "deseo" procede de las estrellas, como símbolo de plenitud, y la plenitud se refiere al acto de alimentarse (porque deseamos aquello de lo que nos nutrimos, y aquello de lo que nos nutrimos se convierte en objeto de deseo), ¿cuál es el significado más profundo de la alimentación? Cuando me alimento de algo, asimilo el objeto dentro de mí, lo hago parte de mí y lo convierto en un sujeto, porque soy un sujeto como individuo único e irrepetible. Esto significa que el deseo de las estrellas es un acto eminentemente individual. Todos deseamos las mismas cosas, pero cada uno desea de forma única. El deseo de lo infinito se expresa entonces también como un deseo de unicidad, de individuación. Y este es el deseo de Dios. Sí, Dios también desea porque Dios es Amor. Y el amor es la cúspide del deseo. Dios desea mi individualidad, tu individualidad. Nos ha creado únicos para que expresemos nuestra singularidad. Y la singularidad se expresa en el deseo, en dejarnos rodear por la luz de las estrellas.

 

Deseo procede del latín desiderare, que viene, a su vez, de la raíz indoeuropea sid, "ligarse a la luz, tener éxito, realizarse, alcanzar la perfección". De ahí deriva el latín sidus/sideris, "estrellas, constelación", y de-siderium, "deseo, lo que desciende/se desprende de (de) las estrellas (sidus)". Otros términos relacionados son, en sánscrito, sidh, "enseñar el camino", y Siddhartha, "el que ha logrado su propósito"; y el latín considero/considerare, "estar en sintonía con (con) el cielo estrellado (sidus)”.[12]

 

Los Reyes Magos, al seguir la estrella, no solo buscan el orden universal y el principio de este orden, dado por el Niño, y lo hacen de forma estratégica (nótese el tema de la guerra espiritual); se sienten atraídos por la estrella, esta cataliza su deseo de realización personal, de iluminación total, de perfección existencial. La estrella les muestra el camino.

 


3) La Adoración

 

El destino de los Reyes Magos es el lugar indicado por la estrella: "y al entrar en la casa vieron al niño con María, su madre. Se postraron ("se arrodillaron" en griego) y le rindieron homenaje ("lo adoraron" en griego)" (Mt 2,11). El niño y su madre están en una casa. Allí tiene lugar la adoración. Éste es el verdadero templo. El templo de Jerusalén es como una filial de este lugar. Dios no está en el palacio, ni en el templo; está en la casa, es el Niño junto a su madre. Es una escena familiar, hogareña, nupcial, y al mismo tiempo es arquetípica, primordial, sugestiva, evocadora y poderosa. Cristo está en la casa de los hombres, en la familia, en los lugares donde nos reunimos y nos entregamos unos a otros.

 

El término griego utilizado para casa es oikia (de oikos). La raíz griega oik- (incluyendo oikonomia, "ley de la casa, economía") está relacionada con el latín vis-/vic- (visitare, vicus, "donde se entra, calle", vicinus, "que es del mismo pueblo", viculus, "caserío, callejón") y el sánscrito vis- ves- (vis, "entrar, entrar", vesa, "casa, farmear", visa, "comunidad, tribu"). La raíz común viene dada por el indoeuropeo vis, "separarse y vincularse, entrar, impregnar, vivir en comunidad".  La casa es el espacio en el que se entra para crear comunidad, es el lugar en el que nos separamos de todo lo que impide la convivencia (el egoísmo) y accedemos a la esfera de los vínculos comunes, nos dejamos impregnar por la presencia del otro. En el hogar nos transformamos por el poder de la comunión (koinonia). Es el espacio de dar y recibir, y de perdonar. Es allí donde bajamos nuestras defensas, nos mostramos vulnerables, vendamos nuestras heridas, recuperamos nuestras fuerzas, nos nutrimos y tejemos el entramado de las relaciones. Dios está presente en la casa, en el espacio común donde se crea la comunidad en comunión.

 

Los Reyes Magos entran en la casa, ven al niño con su madre, caen de rodillas y lo adoran. El verbo griego pi'pto significa "caer, caer en picado", y pertenece a la misma familia de petomai, "elevarse". La utilización de este término evoca la imagen de los Reyes Magos, que se ven desbordados por la emoción y la conciencia de encontrarse cara a cara con Aquel que tanto han deseado y para el que se han preparado durante tanto tiempo. Pierden toda la noción del tiempo; solo existe el aquí y el ahora. Éste es el punto central de su vida. Todo lo que han vivido hasta ahora era una preparación para este momento, y lo que vivirán a partir de ahora será la consecuencia. Su existencia y su identidad están irremediablemente marcadas por este encuentro. Ya no pueden ser los mismos. Caen, se precipitan, ya no tienen certezas, conocimientos, estatus social, poder, experiencias. Todo se renueva. El viejo muere para dejar paso al nuevo. Solo cayendo podemos elevarnos. Y caen/se elevan para adorar.

 

Pero ¿qué significa adorar? La palabra griega es proskyne'o, compuesta por pros ("ir hacia") y kyneo ("beso", quizá de kyon, "perro", como un perro que lame la mano de su Maestro), "acercarse a besar". El latín adorare remite a la misma idea: ad ("ir hacia") y os ("boca"), "llevar a la boca". Probablemente se refiere al acto de llevar la mano a la boca para besar la estatua de la deidad, o de besar el suelo delante de la estatua en señal de reverencia. Por tanto, la adoración tiene que ver con el beso. El beso expresa una dimensión humana fundamental, el acto de comer. En un nivel simbólico profundo, de hecho, el beso funciona como un símbolo de nutrición. Al besar a la otra persona, la "introyecto" simbólicamente, la asumo/asimilo, la hago parte de mí. La madre le dice al niño que se lo come a besos.

 

El término "adoración" se refiere a la relación con lo divino o con un sustituto de éste. Adorar significa alimentarse del objeto de adoración. En la adoración me alimento de Dios. Somos seres que adoran; no podemos evitar adorar algo o a alguien. Podemos adorar a Dios, o a una persona, a una ideología, al Estado o a nosotros mismos ("narcisismo" viene del mito de Narciso como claro ejemplo de adoración sustitutiva y disfuncional. El joven Narciso se enamora de la imagen de sí mismo reflejada en un espejo de agua y, en un intento de besar [alimentarse de/adorar] la imagen [de sí mismo], se ahoga en el lago).

 

En esta casa (comunión), los Reyes Magos caen/se elevan (se abren a lo trascendente) y adoran, se alimentan de la presencia de Dios en el Niño con su madre. La estrella les condujo a la casa/templo, finaliza la búsqueda y comienza un nuevo viaje. Vivimos entre el camino y la casa, entre el caminar por el mundo y la comunión retirada del mundo. Nuestra sed de infinito (el deseo, la estrella) nos empuja a buscar nuevos horizontes, a explorar nuevos territorios. La casa es el centro nupcial del viaje. Allí encuentras a Dios con su madre. Allí te alimentas con comida de verdad y bebes de verdad. Te caes, te desplomas para elevarte, y sales de ti mismo para encontrar tu auténtico yo. Frente a ti, no encuentras tu imagen, sino la imagen de Cristo, Hijo del Hombre e Hijo de Dios, verdadero icono del Padre en el Espíritu. Frente a esta imagen, te ves a ti mismo por lo que eres y por lo que puedes ser. Y ya no eres el mismo. La casa te acoge, pero también te invita a salir al camino y anunciar la transformación que espera a todos los que son humildes y están dispuestos.

 



[1] Mauro Meruzzi, Tú eres la luz del mundo”, 53

[2] Mauro Meruzzi, "Vosotros sois la luz del mundo" (Mt 5,14). La misión de Cristo y el cristiano a partir del símbolo de la luz en el Evangelio de Mateo, Asís, Cittadella, 13.

[3] Mauro Meruzzi, “Tú eres la luz del mundo”,17

[4] Cf. Franco Rendich, Diccionario Etimológico Comparativo de las Lenguas Clásicas Indoeuropeas, Roma 2010, 481.

[5] L. MELINA, J. NORIEGA, Domanda sul bene, domanda su Dio, PUL Mursia 1999, 92.

 

[6] “linguaggio sacrale degli oracoli di augurio, in cui si ricercava ansiosamente nelle stelle un segno, che garantisse il compimento di ciò che il cuore spera.” L. MELINA, J. NORIEGA, op. cit., 93

[7] Ibidem. “Sidèreo agg. [dal lat. sidereus, der. di sidus -dĕris ‘stella’]. – 1. Delle stelle, stellare; la luce” https://www.treccani.it/vocabolario/sidereo/

[8] L. MELINA, J. NORIEGA, op. cit., 93

[9] SANT’AGOSTINO, Enarrationes in psalmos, 62,5. in L. MELINA, J. NORIEGA, op. cit., 92.

 

[10] C. ROCCHETTA, Viaggio nella Tenerezza Nuziale, Per ri-innamorarsi ogni giorno. Edizioni Devoniane Bologna, 2003,76.

[12] Cf. Franco Rendich, LVI, 464.

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