Wednesday, March 16, 2022

El Deseo de Dios. Los Reyes Magos y la Estrella (Mateo 2:1-12)

  


El Deseo de Dios.

Los Reyes Magos y la Estrella (Mateo 2:1-12)


Los Reyes Magos emprenden su viaje, expresan la búsqueda de la auténtica verdad, el deseo de acoger la propuesta relacional que Dios ofrece a todo hombre. La estrella simboliza a Cristo; posee una cualidad "luminosa" que ilumina la oscuridad de la historia y del hombre. La estrella tiene también un papel orientativo, muestra el camino, marca la senda. No es solo el camino que el hombre debe seguir para llegar a Dios; es el entrelazamiento de los caminos que se desarrollan en el espacio de la tierra, es el camino de la vida humana. La orientación de la estrella tiene una finalidad tanto teológica como antropológica. Cristo conduce al hombre hacia Dios, a Dios hacia el hombre y al hombre hacia los demás hombres.[1]

 

Los Reyes Magos y la estrella representan una búsqueda arquetípica del sentido existencial, de la plenitud de la vida. Es la búsqueda de la Verdad como comprensión, orden, armonía, amor y relación. Esta búsqueda se caracteriza por tres etapas: 1) El lugar de origen de los Reyes Magos, Oriente; 2) La estrella; 3) La adoración.

 

1) El lugar de origen de los Reyes Magos, Oriente

 

Los Reyes Magos vienen de Oriente, el lugar por donde sale el sol. El oriente evoca la iluminación y el comienzo.

Iluminación. En un nivel simbólico profundo, el sol naciente disipa la oscuridad del caos, la confusión, la desorientación. La palabra "orientar" viene precisamente de "este/oriente". La luz del sol naciente permite distinguir lo que parecía indistinto, con-fuso en la oscuridad. Con la luz, puedo recuperar el camino, la meta aparece de nuevo clara y visible. La luz, la iluminación, muestra mi lugar en el universo, que ya no es un caos deforme, sino que aparece como lo que es: orden, armonía y Amor. La iluminación es la comprensión de la Verdad; es la sabiduría.

 

La iluminación se produce cuando la objetividad de la Verdad (que es Amor ["Dios es Amor" 1Jn 4:8,16; "Dios es Luz" 1Jn 1:5]) se encuentra y es acogida por la subjetividad libre del hombre. La Verdad es íntimamente nupcial como relación fecunda entre dos sujetos individuales, y la nupcialidad está profundamente conectada con la Verdad, ya que es Amor, un don de sí mismo.

 

Oriente es el lugar donde se eleva la luz como cuna de la civilización. Israel posee la conciencia histórica de estar entre dos excelentes polos de civilización, uno en Oriente (Mesopotamia) y otro en Occidente (Egipto). Los Reyes Magos vinieron de Mesopotamia, y la Sagrada Familia huye a Egipto. Es el movimiento del sol. Cristo es reconocido primero por Oriente, y luego acogido por Occidente. Los Reyes Magos son los custodios y el punto culminante de milenios de búsqueda de la Verdad y de recepción de las mociones del Espíritu de Oriente.

 

Todo esto nos dice que Cristo es la Luz ("Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie viene al Padre si no es por mí" Jn 14,6). Sin él no hay iluminación. La luz de Oriente conduce a Cristo, y es Cristo mismo quien atrae hacia sí.

 

En el Evangelio de Mateo, inmediatamente después de las Bienaventuranzas, el lector queda "sobrecogido" por una frase extraordinariamente poderosa: "Vosotros sois la luz del mundo" (Mt 5,14). Solo encontramos esta afirmación en el primer Evangelio. Es una llamada a ser quien uno es, a hacerse cargo de la propia identidad, a dejarse implicar en la única aventura digna del hombre: asumir el Reino, interiorizarlo, vivirlo, expandirlo, comunicarlo. Esta es la misión de la Iglesia y del cristiano.[2]

 

El símbolo de la luz designa también la identidad y la misión de la comunidad escatológica: "luz del mundo" (Mt 5,13-16). Los discípulos poseen una identidad relativa a la de Cristo, y están llamados a influir en sus culturas actuales, a introducir el horizonte de promoción del Reino, pero tendrán éxito en la medida en que estén dispuestos a tener una relación personal con Cristo. El texto final del Primer Evangelio, el mandato misionero del Resucitado (Mt 28,16-20), nos revelará que la misión de la Iglesia es la misión de Cristo, y que el discipulado es una operación compleja, que incluye la predisposición suscitada por el Espíritu, la conversión y el camino cristiano ayudado por la enseñanza. Por último, el Resucitado confía plenamente en la capacidad de comunicación de los discípulos que, asistidos por el Espíritu Santo, están llamados a invertir todas sus energías, su creatividad, para compartir la Palabra de Jesús.[3]

 

Comienzo. Oriente también se refiere a todo lo que es inicial, el amanecer, el origen, el nacimiento, el surgimiento y la resurrección, la vida y la tradición, aquello que proviene del pasado.

Los Reyes Magos son los iniciadores de esta misión. La semilla, el punto generador, procede de Oriente. Como partícipes del origen, saben el momento del nacimiento del Mesías, y saben que nació en Judea. Herodes tendrá que preguntar a los eruditos de Israel, a los expertos de las Sagradas Escrituras, para saber el lugar exacto de nacimiento del "Rey de los Judíos". El Oriente, al ser la dimensión del comienzo, es esencialmente extático (ex-stasis), centrífugo, te devuelve a algo distinto de ti mismo, te saca de ti mismo para encontrarte con Aquel que es el Centro del universo y de ti mismo. De hecho, ésta es la trayectoria del origen: está hecha para superarse a sí misma, para salir, para ir más allá. Los Reyes Magos vinieron de Oriente para encontrarse con Cristo, y fueron los primeros en hacerlo. Muestran el camino.

El principio se refiere al pasado, a la tradición. En las culturas tradicionales, como en parte lo es también la cultura bíblica, lo que está al principio es más importante, virtuoso y veraz que lo que viene después. Por eso la tradición es el valor central en estas culturas. La idea básica es que los antepasados recibieron la plenitud de la verdad y las virtudes (generalmente de los dioses). Posteriormente, a medida que pasan las generaciones, esta plenitud se pierde progresivamente porque ninguna generación puede transmitir a la siguiente la totalidad de lo que ha recibido.

 

En el Evangelio de Mateo vemos un cambio radical. Cristo, el que está representado por la estrella, y al que hay que adorar (es Dios), no nace ni en el este ni en el oeste, sino en el centro, en Judea, en Belén. Aquí hay una ruptura significativa en el patrón tradicional. No todo había sido dado ya a los antepasados. De hecho, se trata del establecimiento de un nuevo modelo. La tradición ya no se ve como una plenitud inicial que se degrada progresivamente, sino como una anticipación, una promesa, un depósito, una preparación para la plenitud que debe tener lugar. Si queremos representar gráficamente los dos conceptos, podríamos decir que el primer modelo (el tradicional) tiene un punto de origen inicial, con una flecha que se aleja de este punto y que pierde consistencia a medida que pasa el tiempo (transmisión generacional). El nuevo modelo (el de Mateo y el del Nuevo Testamento en general), en cambio, presenta un punto en el centro, que es el lugar de convergencia de la flecha del pasado, y es al mismo tiempo el punto de divergencia de la flecha del futuro. Todo tiende hacia y parte del Centro que es Cristo. (El Antiguo Testamento se sitúa entre estas dos perspectivas. El pasado es importante, pero Dios sigue actuando, crea novedades y transmite la Revelación incluso en el presente. Además, la expectativa de un cumplimiento futuro aparece cada vez más).

 

Los Reyes Magos representan el comienzo de toda misión espiritual, el primer paso hacia la plenitud, la diferencia entre el cero y el uno. Traen algo nuevo al mundo, y esto causa confusión: "Al oír esto, el rey Herodes se turbó mucho, y toda Jerusalén con él" (Mt 2,3). Cada novedad perturba el orden establecido. Lo nuevo irrumpe en la historia.

 

Cristo es el modelo de toda novedad, y ninguna novedad puede existir sino en Él. Se puede objetar que no toda novedad es positiva, y por tanto no todas están en Cristo. En realidad, el mal no produce auténticas novedades, sino que se limita a volver a proponer los mismos modelos de maldad. Cristo es la auténtica novedad, y si una novedad es auténtica, está en Cristo. Pensemos, por ejemplo, en las novedades aportadas por el cristianismo: la prohibición del divorcio; el reconocimiento de la dignidad de toda persona humana, la necesidad, en consecuencia, de anunciar el Evangelio a todos y la crisis de la esclavitud; el valor del celibato para el Reino de los Cielos; los hospitales, universidades y bancos modernos; la doctrina social de la Iglesia; el método científico; el progreso tecnológico; las exploraciones; etc. Todo esto ha sido (y será) posible porque la tradición se ve de forma cristológica, es decir, como referencia a una plenitud que ya se ha dado (el nacimiento, la muerte y la resurrección de Cristo) y, al mismo tiempo, como preparación de una plenitud que se cumplirá en el futuro.

 

La novedad reconocida por los Reyes Magos, Cristo, es una novedad relativa, no absoluta. Es el rey de los judíos, es parte de una tradición, y es el Mesías esperado que se manifiesta de manera inesperada. Cada novedad (que sólo puede ser Cristológica) es relativa porque debe ser elaborada por el largo proceso de la tradición.

 

 

2) La Estrella

Los Reyes Magos representan la búsqueda del hombre de la Verdad, la paz y la plenitud. El objeto de su deseo es la estrella. Perciben que esa estrella en particular, con características muy distintivas, puede conducirles a la realización que buscan. También tienen un nombre para la realidad representada por la estrella: es el Rey recién nacido de los judíos, al que están llamados a adorar.

 

Pero ¿qué significa la estrella?

 

La estrella, además de ser un fenómeno celeste, también tiene un fuerte significado simbólico. Empecemos por la etimología. El término "estrella" proviene del latín stella, que está relacionado con la raíz indoeuropea ster/str.

 

La raíz str indica algo parecido a las luces que se cruzan, se esparcen/se dispersan por el cielo. Subyace la idea de dispersión, de esparcirse. Palabras tales como el latín sterno/sternere ("dispersar"), el griego stornymi ("extender, distender"), astrum (estrella en latín), stratos (griego "disperso en el campo de batalla, tropas") y strategos (griego "el que dirige las tropas, estratega") se originaron a partir de esta raíz. Las palabras "estrella" y "estrategia" derivan de la misma raíz: tan pronto como las estrellas están dispersas en el cielo, las tropas deben estar repartidas con el mismo orden y armonía en el campo de batalla.[4]

 

La estrella avistada y seguida por los Reyes Magos evoca, pues, el orden, la armonía, la estrategia. La estrella les guía hacia Aquel que es el Centro mismo del orden y la armonía cósmica/universal. Por tanto, ese niño Rey de los judíos es digno de adoración, es el Rostro de Dios mismo. La estrella indica estrategia y requiere estrategia para ser seguida. Los Reyes Magos obtienen información de Herodes, un excelente estratega, político y hábil comandante militar. Pero también aplican su propia estrategia.

 

Si queremos profundizar un poco más en el significado de la estrella, podemos remitirnos al origen de la palabra "deseo". En su libro Single, una vida suspendida, Ivana Quadrelli, habla del deseo en estos términos:

"El ser humano se esfuerza por alcanzar una plenitud que 'siempre se busca y nunca se alcanza plenamente”[5].  (...) El hombre descubre que sus deseos son 'la expresión siempre parcial e inexorablemente insatisfecha de un deseo más fundamental, cuyo objeto se nos escapa”[6].  Un deseo de algo a lo que no sabemos dar nombre. La palabra deseo, desiderium, está vinculada, según los escritores latinos, al término siderea,[7] que significa de las estrellas.   Se desean las cosas porque son una huella del infinito, es decir, "de las estrellas"[8].  En todo ser humano existe el deseo de realizar un amor perfecto en el que pueda abandonarse totalmente: en el origen de este deseo está, en el inconsciente, el deseo de Dios. Es una "sed del alma" (...) todo el que quiere obtener algo está en la agonía del deseo: el deseo mismo es la sed del alma. Y observa cuántos deseos se despiertan en el corazón de los hombres.[9] Cristo nos revela el fin que nos atrae y que el alma anhela. Al haber sido creados ad imago Dei, en la imagen de Dios (Gn 1,27), hemos sido creados para el amor. El deseo de las estrellas, del Otro (divino), se realiza a través del otro, la pareja, con actos tangibles. Ahí reside "el deseo de amar y ser amado y la propensión a autotrascender, hacia arriba, hacia el Absoluto"[10].  Es una fuerza inscrita en nosotros que caracteriza todo nuestro ser en sus propias raíces". [11]

 

Nuestro deseo por el absoluto, por la plenitud, por la realización, nos lleva a mirar hacia arriba, hacia el cielo. Después de todo, ¿qué es lo que deseamos? ¿Qué tienen en común nuestros numerosos deseos? Anhelamos la comida, las relaciones profundas, amar y ser amados, el infinito, Dios. Anhelamos lo que nos alimenta. Y deseamos lo que nos alimenta porque tenemos inscrito en nuestro interior el código de la plenitud. Estamos hechos para luchar por la autorrealización. Las estrellas (de-sidera) indican tanto el deseo como la realización, el camino y la meta.

De hecho, no puede haber un camino sin un objetivo, ni un objetivo sin un camino. Lo primero sería un vagabundeo sin sentido, sin dirección; y lo segundo sería inalcanzable, y un propósito inalcanzable deja de ser un propósito. Así, las estrellas, con su brillo y su pulsación, se convierten en un símbolo de algo a la vez lejano y cercano, un símbolo de contemplación y acción, de alimento y de realización. Si no estuviéramos habitados por el deseo, en todas sus formas, no nos veríamos impulsados a alimentarnos, y sin alimento no hay plenitud.

Desde aquí es fácil llegar a la Eucaristía, alimento para la plenitud de todo ser humano. Las estrellas evocan el verdadero alimento, el pan del cielo. Pero podríamos ir aún más lejos. Si la palabra "deseo" procede de las estrellas, como símbolo de plenitud, y la plenitud se refiere al acto de alimentarse (porque deseamos aquello de lo que nos nutrimos, y aquello de lo que nos nutrimos se convierte en objeto de deseo), ¿cuál es el significado más profundo de la alimentación? Cuando me alimento de algo, asimilo el objeto dentro de mí, lo hago parte de mí y lo convierto en un sujeto, porque soy un sujeto como individuo único e irrepetible. Esto significa que el deseo de las estrellas es un acto eminentemente individual. Todos deseamos las mismas cosas, pero cada uno desea de forma única. El deseo de lo infinito se expresa entonces también como un deseo de unicidad, de individuación. Y este es el deseo de Dios. Sí, Dios también desea porque Dios es Amor. Y el amor es la cúspide del deseo. Dios desea mi individualidad, tu individualidad. Nos ha creado únicos para que expresemos nuestra singularidad. Y la singularidad se expresa en el deseo, en dejarnos rodear por la luz de las estrellas.

 

Deseo procede del latín desiderare, que viene, a su vez, de la raíz indoeuropea sid, "ligarse a la luz, tener éxito, realizarse, alcanzar la perfección". De ahí deriva el latín sidus/sideris, "estrellas, constelación", y de-siderium, "deseo, lo que desciende/se desprende de (de) las estrellas (sidus)". Otros términos relacionados son, en sánscrito, sidh, "enseñar el camino", y Siddhartha, "el que ha logrado su propósito"; y el latín considero/considerare, "estar en sintonía con (con) el cielo estrellado (sidus)”.[12]

 

Los Reyes Magos, al seguir la estrella, no solo buscan el orden universal y el principio de este orden, dado por el Niño, y lo hacen de forma estratégica (nótese el tema de la guerra espiritual); se sienten atraídos por la estrella, esta cataliza su deseo de realización personal, de iluminación total, de perfección existencial. La estrella les muestra el camino.

 


3) La Adoración

 

El destino de los Reyes Magos es el lugar indicado por la estrella: "y al entrar en la casa vieron al niño con María, su madre. Se postraron ("se arrodillaron" en griego) y le rindieron homenaje ("lo adoraron" en griego)" (Mt 2,11). El niño y su madre están en una casa. Allí tiene lugar la adoración. Éste es el verdadero templo. El templo de Jerusalén es como una filial de este lugar. Dios no está en el palacio, ni en el templo; está en la casa, es el Niño junto a su madre. Es una escena familiar, hogareña, nupcial, y al mismo tiempo es arquetípica, primordial, sugestiva, evocadora y poderosa. Cristo está en la casa de los hombres, en la familia, en los lugares donde nos reunimos y nos entregamos unos a otros.

 

El término griego utilizado para casa es oikia (de oikos). La raíz griega oik- (incluyendo oikonomia, "ley de la casa, economía") está relacionada con el latín vis-/vic- (visitare, vicus, "donde se entra, calle", vicinus, "que es del mismo pueblo", viculus, "caserío, callejón") y el sánscrito vis- ves- (vis, "entrar, entrar", vesa, "casa, farmear", visa, "comunidad, tribu"). La raíz común viene dada por el indoeuropeo vis, "separarse y vincularse, entrar, impregnar, vivir en comunidad".  La casa es el espacio en el que se entra para crear comunidad, es el lugar en el que nos separamos de todo lo que impide la convivencia (el egoísmo) y accedemos a la esfera de los vínculos comunes, nos dejamos impregnar por la presencia del otro. En el hogar nos transformamos por el poder de la comunión (koinonia). Es el espacio de dar y recibir, y de perdonar. Es allí donde bajamos nuestras defensas, nos mostramos vulnerables, vendamos nuestras heridas, recuperamos nuestras fuerzas, nos nutrimos y tejemos el entramado de las relaciones. Dios está presente en la casa, en el espacio común donde se crea la comunidad en comunión.

 

Los Reyes Magos entran en la casa, ven al niño con su madre, caen de rodillas y lo adoran. El verbo griego pi'pto significa "caer, caer en picado", y pertenece a la misma familia de petomai, "elevarse". La utilización de este término evoca la imagen de los Reyes Magos, que se ven desbordados por la emoción y la conciencia de encontrarse cara a cara con Aquel que tanto han deseado y para el que se han preparado durante tanto tiempo. Pierden toda la noción del tiempo; solo existe el aquí y el ahora. Éste es el punto central de su vida. Todo lo que han vivido hasta ahora era una preparación para este momento, y lo que vivirán a partir de ahora será la consecuencia. Su existencia y su identidad están irremediablemente marcadas por este encuentro. Ya no pueden ser los mismos. Caen, se precipitan, ya no tienen certezas, conocimientos, estatus social, poder, experiencias. Todo se renueva. El viejo muere para dejar paso al nuevo. Solo cayendo podemos elevarnos. Y caen/se elevan para adorar.

 

Pero ¿qué significa adorar? La palabra griega es proskyne'o, compuesta por pros ("ir hacia") y kyneo ("beso", quizá de kyon, "perro", como un perro que lame la mano de su Maestro), "acercarse a besar". El latín adorare remite a la misma idea: ad ("ir hacia") y os ("boca"), "llevar a la boca". Probablemente se refiere al acto de llevar la mano a la boca para besar la estatua de la deidad, o de besar el suelo delante de la estatua en señal de reverencia. Por tanto, la adoración tiene que ver con el beso. El beso expresa una dimensión humana fundamental, el acto de comer. En un nivel simbólico profundo, de hecho, el beso funciona como un símbolo de nutrición. Al besar a la otra persona, la "introyecto" simbólicamente, la asumo/asimilo, la hago parte de mí. La madre le dice al niño que se lo come a besos.

 

El término "adoración" se refiere a la relación con lo divino o con un sustituto de éste. Adorar significa alimentarse del objeto de adoración. En la adoración me alimento de Dios. Somos seres que adoran; no podemos evitar adorar algo o a alguien. Podemos adorar a Dios, o a una persona, a una ideología, al Estado o a nosotros mismos ("narcisismo" viene del mito de Narciso como claro ejemplo de adoración sustitutiva y disfuncional. El joven Narciso se enamora de la imagen de sí mismo reflejada en un espejo de agua y, en un intento de besar [alimentarse de/adorar] la imagen [de sí mismo], se ahoga en el lago).

 

En esta casa (comunión), los Reyes Magos caen/se elevan (se abren a lo trascendente) y adoran, se alimentan de la presencia de Dios en el Niño con su madre. La estrella les condujo a la casa/templo, finaliza la búsqueda y comienza un nuevo viaje. Vivimos entre el camino y la casa, entre el caminar por el mundo y la comunión retirada del mundo. Nuestra sed de infinito (el deseo, la estrella) nos empuja a buscar nuevos horizontes, a explorar nuevos territorios. La casa es el centro nupcial del viaje. Allí encuentras a Dios con su madre. Allí te alimentas con comida de verdad y bebes de verdad. Te caes, te desplomas para elevarte, y sales de ti mismo para encontrar tu auténtico yo. Frente a ti, no encuentras tu imagen, sino la imagen de Cristo, Hijo del Hombre e Hijo de Dios, verdadero icono del Padre en el Espíritu. Frente a esta imagen, te ves a ti mismo por lo que eres y por lo que puedes ser. Y ya no eres el mismo. La casa te acoge, pero también te invita a salir al camino y anunciar la transformación que espera a todos los que son humildes y están dispuestos.

 



[1] Mauro Meruzzi, Tú eres la luz del mundo”, 53

[2] Mauro Meruzzi, "Vosotros sois la luz del mundo" (Mt 5,14). La misión de Cristo y el cristiano a partir del símbolo de la luz en el Evangelio de Mateo, Asís, Cittadella, 13.

[3] Mauro Meruzzi, “Tú eres la luz del mundo”,17

[4] Cf. Franco Rendich, Diccionario Etimológico Comparativo de las Lenguas Clásicas Indoeuropeas, Roma 2010, 481.

[5] L. MELINA, J. NORIEGA, Domanda sul bene, domanda su Dio, PUL Mursia 1999, 92.

 

[6] “linguaggio sacrale degli oracoli di augurio, in cui si ricercava ansiosamente nelle stelle un segno, che garantisse il compimento di ciò che il cuore spera.” L. MELINA, J. NORIEGA, op. cit., 93

[7] Ibidem. “Sidèreo agg. [dal lat. sidereus, der. di sidus -dĕris ‘stella’]. – 1. Delle stelle, stellare; la luce” https://www.treccani.it/vocabolario/sidereo/

[8] L. MELINA, J. NORIEGA, op. cit., 93

[9] SANT’AGOSTINO, Enarrationes in psalmos, 62,5. in L. MELINA, J. NORIEGA, op. cit., 92.

 

[10] C. ROCCHETTA, Viaggio nella Tenerezza Nuziale, Per ri-innamorarsi ogni giorno. Edizioni Devoniane Bologna, 2003,76.

[12] Cf. Franco Rendich, LVI, 464.

Il Desiderio di Dio. I Magi e la Stella (Matteo 2,1-12)

Il Desiderio di Dio

 I Magi e la Stella (Matteo 2,1-12)

 

I Magi si mettono in cammino, esprimono la ricerca della verità ultima, il desiderio di accogliere la proposta relazionale offerta da Dio a ogni uomo. La stella simboleggia Cristo, possiede una qualità "luminosa" che illumina le tenebre della storia e dell'uomo. La stella svolge anche una funzione di guida, indica la via, traccia il percorso. Non è solo la via che l'uomo deve seguire per raggiungere Dio; è l'intreccio dei sentieri che si dispiegano nello spazio della terra, è la via della vita umana. La guida della stella ha una funzione sia teologica che antropologica. Cristo conduce l'uomo a Dio, Dio all'uomo, e l'uomo agli altri uomini.[1]

 

I Magi e la stella rappresentano una ricerca archetipa, originaria, di significato esistenziale, di pienezza di vita. È la ricerca della Verità in quanto comprensione, ordine, armonia, amore e relazione. Questa ricerca è caratterizzata da tre tappe: 1) Il luogo di provenienza dei Magi, l’oriente; 2) La stella; 3) L’adorazione.

 

1) Il luogo di provenienza dei Magi, l’oriente

 

I magi vengono da oriente, dal luogo dove sorge il sole. L’oriente evoca illuminazione e inizio.

 

Illuminazione. A livello simbolico profondo, il sole che sorge dissipa le tenebre del caos, della confusione, del disorientamento. La parola “orientare/orientarsi” viene appunto da “oriente”. La luce del sole nascente permette di distinguere ciò che nell’oscurità appariva indistinto, con-fuso. Con la luce, posso riprendere il cammino, la meta appare di nuovo chiara, visibile. La luce, l’illuminazione, mostra il mio posto nell’universo, il quale non è più un caos informe, ma appare per quello che è: ordine, armonia e Amore. L’illuminazione è la comprensione della Verità; è saggezza.

 

L’illuminazione avviene quando l’oggettività della Verità (che è Amore [“Dio è Amore” 1Gv 4,8.16 CEI 2008; “Dio è Luce” 1Gv 1,5 CEI 2008]) incontra e viene accolta dalla libera soggettività dell’uomo. La Verità è intimamente nuziale in quanto relazione feconda tra due soggetti individuali, e la nuzialità è profondamente connessa con la Verità in quanto Amore, dono di sé.

 

L’oriente è il luogo del sorgere della luce in quanto culla di civiltà. Israele possiede la consapevolezza storica di trovarsi in mezzo a due grandi poli di civiltà, uno a oriente (la Mesopotamia) e uno a occidente (l’Egitto). I Magi vengono dalla Mesopotamia, e la sacra famiglia fugge in Egitto. È il movimento del sole. Cristo è riconosciuto per primo dall’oriente, e poi accolto dall’occidente. I Magi sono i depositari e il punto culminante di millenni di ricerca della Verità e di ricezione dei moti dello Spirito da parte dell’oriente.

 

Tutto questo dice the Cristo è la Luce (“Io sono la Via, la Verità e la Vita. Nessuno viene al Padre se non per mezzo di me” Gv 14,6 CEI 2008). Senza di Lui non vi è illuminazione. La luce dell’oriente porta a Cristo, ed è Cristo stesso che attira a sé.

 

Nel Vangelo di Matteo, subito dopo le Beatitudini, il lettore è “travolto” da una frase di straordinaria potenza: “Voi siete la luce del mondo” (Mt 5,14 CEI 2008). Troviamo questa affermazione solo nel Primo Vangelo. È una chiamata a diventare ciò che si è, a farsi carico della propria identità, a lasciarsi coinvolgere nell'unica avventura degna dell'uomo: assumere il Regno, interiorizzarlo, viverlo, ampliarlo, comunicare esso. Questa è la missione della Chiesa e del cristiano.[2]

 

Il simbolo della luce designa anche l'identità e la missione della comunità escatologica: “luce del mondo” (Mt 5,13-16 CEI 2008). I discepoli possiedono un'identità relativa a quella di Cristo, e sono chiamati a influenzare le loro culture attuali, a introdurre l'orizzonte promovente del Regno, ma ci riusciranno nella misura in cui saranno disponibili al rapporto personale con Cristo. Il testo conclusivo del Primo Vangelo, il mandato missionario del Risorto (Mt 28,16-20), ci rivelerà che la missione della Chiesa è la missione di Cristo e che il discepolato è un'operazione complessa, che comprende la predisposizione suscitata dallo Spirito, la conversione e il cammino cristiano aiutato dall'insegnamento. Il Risorto ripone estrema fiducia nelle capacità comunicative dei discepoli che, sostenuti dallo Spirito Santo, sono chiamati a investire tutte le loro energie, la loro creatività, per comunicare la Parola di Gesù.[3]

 

Inizio. L’oriente rimanda inoltre a tutto ciò che è iniziale, l’alba, l’origine, la nascita, il sorgere e il risorgere, la vita, e la tradizione, quello che viene dal passato.

I magi sono gli iniziatori di questa ricerca. Il germe, il punto generativo viene dall’oriente. In quanto partecipi dell’origine, essi conoscono il tempo della nascita del Messia, e sanno che è nato in Giudea. Erode dovrà chiedere ai sapienti di Israele, gli esperti delle Sacre Scritture, per apprendere il luogo esatto della nascita del “Re dei Giudei”. L’oriente, in quanto dimensione dell’inizio, è essenzialmente estatico (ex-stasis), centrifugo, rimanda ad altro da sé, ti porta fuori da te stesso per incontrare Colui che è il Centro dell’universo e di te stesso. Questa è infatti la traiettoria dell’origine: è fatta per superarsi, uscire, andare oltre. I magi vengono dall’oriente per incontrare Cristo, e sono i primi a farlo. Essi indicano la via.

 

L’inizio rimanda al passato, alla tradizione. Nelle culture tradizionali, come è in parte anche quella Biblica, quello che è all’inizio è più importante, virtuoso e veritiero rispetto a quello che viene dopo. È per questo che la tradizione è il valore centrale in queste culture. L’idea di fondo è che gli antenati hanno ricevuto la pienezza della verità e delle virtu’ (generalmente dagli dei). Successivamente, con il passare delle generazioni, questa pienezza viene progressivamente perduta perché nessuna generazione riesce a trasmettere a quella successiva la totalità di quello che ha ricevuto.

 

Ma nel racconto di Matteo assistiamo a un cambio radicale. Cristo, Colui che è rappresentato dalla stella, e che deve essere adorato (egli è Dio), non nasce né a oriente, né a occidente, ma nel mezzo, a Giuda, a Betlemme. Vi è qui una interruzione significativa dello schema tradizionale. Non tutto era già stato dato agli antenati. Anzi, questa è l’istituzione di un nuovo modello. La tradizione non è più vista come pienezza iniziale che viene progressivamente degradata, ma come anticipo, promessa, caparra, preparazione della pienezza che deve avvenire. Se vogliamo rendere i due concetti in modo grafico, potremmo dire che il primo modello (quello tradizionale) presenta un punto di origine iniziale, con una freccia che si allontana da questo punto e che perde consistenza con il passare del tempo (la trasmissione generazionale). Il nuovo modello (quello di Matteo e del Nuovo Testamento in generale), presenta invece un punto al centro, che è il luogo di convergenza della freccia del passato, ed è allo stesso tempo il punto di divergenza della freccia del futuro. Tutto tende verso e parte dal Centro che è Cristo. (L’Antico Testamento si trova in mezzo a queste due prospettive. Il passato è importante ma Dio continua ad agire, crea novità e trasmette la Rivelazione anche nel presente. Inoltre, appare sempre di più l’attesa di un compimento futuro).

 

I Magi rappresentano l’inizio di ogni ricerca spirituale, il primo passo verso la pienezza, la differenza tra lo zero e l’uno. Essi immettono nel mondo una novità, e questo suscita scompiglio: “All’udire questo, il re Erode restò turbato e con lui tutta Gerusalemme” (Mt 2,3 CEI 2008). Ogni novità perturba l’ordine costituito. Il nuovo irrompe nella storia.

 

Cristo è il modello di ogni novità e nessuna novità può sussistere se non in Lui. Si potrà obiettare che non tutte le novità sono positive, e dunque non tutte sono in Cristo. In realtà il male non produce autentiche novità, si limita a riproporre i medesimi modelli di male. Cristo è autentica novità, e se una novità è autentica, è in Cristo. Pensiamo, ad esempio, alle novità portate dal Cristianesimo: la proibizione del divorzio; il riconoscimento della dignità di ogni persona umana, la necessita, di conseguenza, di annunciare il Vangelo a tutti e la crisi della schiavitù; il valore del celibato per il Regno dei Cieli; gli ospedali, le università e le banche moderne; la dottrina sociale della Chiesa; il metodo scientifico; il progresso tecnologico; le esplorazioni; ecc. Tutto questo è stato (e altro sarà) possibile perché la tradizione viene vista in modo Cristologico, cioè come riferimento a una pienezza che è già stata donata (la nascita, morte e Risurrezione di Cristo), e allo stesso tempo come preparazione di una pienezza che giungerà a compimento nel futuro.

 

La novità riconosciuta dai Magi, Cristo, è una novità relativa, non assoluta. Egli è il Re dei Giudei, fa parte di una tradizione, è il Messia atteso che si manifesta in modo inatteso. Ogni novità (che non può che essere Cristologica) è relativa perché’ deve essere preparata dal lungo processo della tradizione.

I magi ci insegnano a riconoscere la novità. Essi sono “detectors” di cambiamento, esploratori del desiderio di infinito che alberga nel cuore dell’uomo.

 

 

2) La stella

I Magi rappresentano la ricerca dell'uomo per la Verità, la pace, la realizzazione e l'adempimento. L'oggetto del loro desiderio è la stella. Essi percepiscono che quella particolare stella, con caratteristiche molto peculiari, può condurli alla realizzazione che stanno cercando. Hanno anche un nome per la realtà rappresentata dalla stella: è il neonato Re dei Giudei, colui che sono chiamati ad adorare.

Ma cosa indica la stella?

 

La stella, oltre a essere un fenomeno celeste, possiede anche un forte significato simbolico. Cominciamo dall'etimo. Il termine “stella” è correlato alla radice indoeuropea ster/str.

 

La radice str indica qualcosa simile alle luci che attraversano, sono distese/sparse/diffuse per il cielo. Alla base vi è l’idea di spargere, distendere. Da questa radice sono originate parole come il latino sterno/sternere (“spargere”), il greco stornymi (“stendere, distendere”), astrum (latino per “astro”), stratos (greco per “sparsi sul campo di battaglia, truppe”), e strategos (greco per “colui che guida le truppe, stratega”). Le parole “stella” e “strategia” derivano dalla medesima radice: come le stelle sono sparse nel cielo, così le truppe devono essere distese con lo stesso ordine e armonia sul campo di battaglia.[4]

 

La stella avvistata e seguita dai Magi evoca dunque ordine, armonia, strategia. La stella li guida a Colui che è il centro stesso dell’ordine e dell’armonia cosmiche/universali. È per questo che il fanciullo Re dei Giudei è degno di adorazione, è il Volto di Dio stesso. La stella indica strategia e richiede strategia per essere seguita. I Magi ottengono informazioni da Erode, grande stratega, uomo politico e abile comandante militare. Ma anche essi giocano la loro strategia.

 

Se vogliamo addentrarci un po’ di più nel significato della stella, possiamo fare riferimento all’origine della parola “desiderio”. Nel suo libro Single vita sospesa, Ivana Quadrelli , parla del desiderio in questi termini:

“L’essere umano tende verso una pienezza ‘sempre ricercata e mai esaurientemente raggiunta.’[5] (…) L’uomo scopre che i suoi desideri sono ‘l’espressione sempre parziale e inesorabilmente insoddisfatta, di un desiderio più fondamentale, il cui oggetto ci sfugge.’[6] Un desiderio di qualcosa alla quale non si sa dare un nome. La parola desiderio, desiderium, è ricollegata, dagli scrittori latini, al termine siderea, che significa delle stelle.[7]  Si desiderano le cose in quanto sono una traccia dell’infinito, ossia ‘delle stelle’.[8] In ogni essere umano è presente il desiderio di realizzare un amore perfetto in cui potersi abbandonare totalmente: all'origine di questo desiderio c'è, nell’inconscio, il desiderio di Dio. È una ‘sete dell’anima (…) ognuno che vuole procurarsi qualcosa è nell’ardore del desiderio: lo stesso desiderio è la sete dell’anima. E notate quanti desideri si agitano nei cuori degli uomini[9]’. Cristo ci rivela il fine che ci attrae e alla quale l’anima anela. Essendo creati ad imago Dei, immagine di Dio (Gn 1,27), siamo creati per l’amore. Il desiderio delle stelle, dell’Altro (divino), si concretizza tramite l’altro, lo sposo/la sposa con atti tangibili. La dove ‘risiede il desiderio di amare e di essere amati e la propensione di auto-trascendersi, in alto, in su, verso l’Assoluto.’[10] È una forza iscritta in noi che caratterizza in radice tutto il nostro essere.”[11]

Il nostro desiderio di assoluto, pienezza, compimento ci porta a guardare in alto, verso il cielo. Che cos’è, in fondo, ciò che desideriamo? Cosa hanno in comune i nostri molteplici desideri? Desideriamo il cibo, relazioni profonde, amare ed essere amati, l’infinito, Dio. Desideriamo ciò che ci nutre. E desideriamo ciò che ci nutre perché abbiamo inscritto dentro di noi il codice della pienezza. Siamo fatti per tendere verso il compimento di noi stessi. Le stelle (de-sidera) indicano a un tempo il desiderio e la pienezza, il cammino e la meta. E infatti non può esserci cammino senza una meta, né meta senza cammino. Il primo sarebbe un vagare senza senso, senza direzione; e la seconda sarebbe irraggiungibile, e una meta che è irraggiungibile cessa di essere un obiettivo.

Cosi le stelle, con il loro brillare e pulsare, diventano simbolo di qualcosa a un tempo lontano e vicino, simbolo di contemplazione e azione, cibo e compimento. Se non fossimo abitati dal desiderio, in ogni sua forma, non saremmo spinti a nutrirci, e senza cibo non vi è compimento. È facile da qui arrivare all’Eucaristia, cibo per la pienezza di ogni essere umano. Le stelle evocano il vero cibo, il pane del cielo. Ma potremmo spingerci ancora più in là.

Se il termine “desiderio” viene dalle stelle, come simbolo di pienezza, e la pienezza rimanda all’atto della nutrizione (perché si desidera ciò di cui ci si nutre, e ciò di cui ci si nutre diventa oggetto di desiderio), qual è il significato profondo del nutrirsi? Quando mi nutro di qualcosa, assimilo l’oggetto dentro di me, lo rendo parte di me, e lo rendo soggetto, perché io sono soggetto in quando individuo unico e irripetibile. Questo significa che il desiderio delle stelle è un atto eminentemente individuale. Tutti desideriamo le stese cose, ma ognuno desidera in modo unico. Il desiderio di infinto si esprime allora anche come desiderio di unicità, di individuazione. E questo è il desiderio di Dio. Sì, anche Dio desidera perché Dio è Amore. E l’amore è l’apice del desiderio. Dio desidera la mia, la tua individualità. Ci ha creati unici perché esprimiamo la nostra unicità. E l’unicità si esprime nel desiderio, nel lasciarci avvolgere dalla luce delle stelle.

 

Desiderio viene dal latino desiderium, il quale proviene dalla radice Indoeuropea sid, “legarsi alla luce, avere successo, realizzarsi, raggiungere la perfezione”, da cui deriva il latino sidus/sideris, “stelle, costellazione”, e de-siderium, “desiderio, ciò che discende/si stacca da (de) le stelle (sidus)”. Altri termini correlati sono, in sanscrito, sidh, “insegnare la strada”, e Siddharta, “colui che ha conseguito il suo scopo”; e il latino, considero/considerare, “porsi in sintonia con (con) il cielo stellato (sidus)”.[12]

I magi, nel seguire la stella, non solo sono alla ricerca dell’ordine universale e del principio di questo ordine, dato dal Fanciullo, e lo fanno in modo strategico (notare il tema della guerra spirituale); essi vengono attirati dalla stella, essa catalizza il loro desiderio di realizzazione personale, illuminazione totale, perfezione esistenziale. La stella indica loro la strada.

 

3) L’adorazione

 

La meta del cammino dei magi è il luogo indicato dalla stella: “Entrati nella casa, videro il bambino con Maria sua madre, si prostrarono (“essendo caduti” in greco) e lo adorarono” (Mt 2,11 CEI 2008). Il bambino e la madre sono in una casa. Lì avviene l’adorazione. Questo è il vero tempio. Il tempio di Gerusalemme è come una succursale di questo luogo. Dio non è nella reggia, né nel tempio; è nella casa, è il Bambino accanto a sua madre. È una scena familiare, casalinga, nuziale, e insieme archetipa, primordiale, suggestiva, evocativa, e potente. Cristo è nella casa degli uomini, nella famiglia, nei luoghi dove ci si incontra e ci si dona gli uni per gli altri.

 

Il termine greco usato per indicare la casa è oikia (da oikos). La radice greca oik- (da cui oikonomia, “legge della casa, economia”) è imparentata con il latino vis-/vic- (visitare, vicus, “in cui si entra, via”, vicinus, “che è dello stesso villaggio”, viculus, “borgata, vicolo”) e il sanscrito vis-/ves- (vis, “andare dentro, entrare”, vesa, “casa, fattoria”, visa, “comunità, tribù”). La radice comune è data dall’indoeuropeo vis, “separarsi da e legarsi con, entrare dentro, pervadere, vivere in comunità”.[13] La casa è lo spazio in cui si entra per creare comunità, è il luogo in cui ci si separa da tutto ciò che impedisce il vivere insieme (egoismo) e si accede alla sfera dei legami comuni, ci si lascia pervadere dalla presenza dell’altro. Nella casa veniamo trasformati dal potere della comunione (koinonia). È lo spazio del dono, del dare e del ricevere, e del per-dono. È lì che abbassiamo le difese, ci mostriamo vulnerabili, fasciamo le ferite, recuperiamo le forze, ci nutriamo, e intessiamo la trama delle relazioni. Dio è presente nella casa, nello spazio comune dove si costruisce la comunità nella comunione.

 

I magi entrano nella casa, vedono il bambino con la madre, cadono in ginocchio e adorano. Il verbo greco pi’pto significa “cadere, precipitare”, e appartiene alla medesima famiglia di petomai, “volare”. L’uso di questo termine evoca l’immagine dei magi che vengono come sopraffatti dall’emozione e dalla consapevolezza di trovarsi faccia a faccia con Colui che hanno tanto desiderato, e per il quale si sono preparati per così lungo tempo. Essi perdono ogni cognizione del tempo; esiste solo il qui e ora. Questo è il punto centrale della loro vita. Tutto quello che hanno vissuto fino a ora era una preparazione per questo momento, e quello che vivranno da ora in poi ne sarà la conseguenza. La loro esistenza e la loro identità vengono irrimediabilmente marcate da questo incontro. Non possono più essere gli stessi. Essi cadono, precipitano, non possiedono più certezze, conoscenze, status sociale, potere, esperienze. Tutto è rinnovato. Il vecchio uomo muore per lasciare spazio al nuovo. Solo precipitando possiamo spiccare il volo. E cadono/volano per adorare.

 

Ma cosa significa adorare? Il vocabolo greco è proskyne’o, composto da pros (“andare verso”) e kyneo (“baciare”, forse da kyon, “cane”, come un cane che lecca la mano del padrone), “avvicinarsi per baciare”. Il latino adorare rimanda alla medesima idea: ad (“andare verso”) e os (“bocca”), “portare alla bocca”. Probabilmente si riferisce all’atto di portare la mano alla bocca per baciare la statua della divinità, o baciare il pavimento davanti alla statua in segno di reverenza. L’adorazione ha dunque a che fare con il bacio. Il bacio esprime una dimensione umana fondamentale, il mangiare. A livello simbolico profondo, infatti, il bacio funziona come un simbolo della nutrizione. Baciando l’altra persona, la “introietto” simbolicamente, la assumo/assimilo, la rendo parte di me. La mamma dice al bambino che lo mangia di baci.

 

Il termine “adorare” si riferisce al rapporto con il divino o con un suo sostituto. Adorare significa nutrirsi dell’oggetto dell’adorazione. Nell’adorazione mi nutro di Dio. Siamo esseri adoranti, non possiamo fare a meno di adorare qualcosa o qualcuno. Possiamo adorare Dio, o una persona, un’ideologia, lo stato, o noi stessi (“narcisismo” viene dal mito di Narciso come un chiaro esempio di adorazione sostitutiva e disfunzionale. Il giovane Narciso si innamora dell’immagine di sé rifessa in uno specchio d’acqua e, nel tentativo di baciare [nutrirsi di/adorare] l’immagine [se stesso], annega nel lago).

 

In questa casa (comunione) i magi cadono/volano (si aprono al trascendente) e adorano, si nutrono della presenza di Dio nel Bambino con sua madre. La stella li ha condotti alla casa/tempio, la ricerca termina, e un nuovo viaggio incomincia. Viviamo tra la strada e la casa, tra il cammino nel mondo e la comunione ritirati dal mondo. La nostra sete di infinito (de-siderio, la stella) ci spinge a cercare nuovi orizzonti, a esplorare nuovi territori. La casa è il centro nuziale del cammino. Lì trovi Dio con la madre. Lì ti nutri del vero cibo e bevi la vera bevanda. Cadi, precipiti per volare, esci da te stesso per ritrovare l’autentico te. Di fronte a te non trovi la tua immagine, ma l’immagine di Cristo, Figlio dell’Uomo e Figlio di Dio, vera icona del Padre nello Spirito. Di fronte a questa immagine vedi te stesso per quello che sei e che puoi essere. E non sei più lo stesso. La casa ti accoglie ma ti invita anche a uscire sulla strada e annunciare la trasformazione che attende tutti coloro che sono umili e disponibili.

 

 

 

 



[1] Mauro Meruzzi, “Voi siete la luce del mondo”, 53

[2] Mauro Meruzzi, “Voi siete la luce del mondo” (Mt 5,14). La missione di Cristo e del cristiano a partire dal simbolo della luce nel Vangelo di Matteo, Assisi, Cittadella, 13.

[3] Mauro Meruzzi, “Voi siete la luce del mondo”,17

[4] Cf. Franco Rendich, Dizionario etimologico comparato delle lingue classiche Indoeuropee, Roma 2010, 481.

[5] L. MELINA, J. NORIEGA, Domanda sul bene, domanda su Dio, PUL Mursia 1999, 92.

[6] “linguaggio sacrale degli oracoli di augurio, in cui si ricercava ansiosamente nelle stelle un segno, che garantisse il compimento di ciò che il cuore spera.” L. MELINA, J. NORIEGA, op. cit., 93.

[7] Ibidem. “Sidèreo agg. [dal lat. sidereus, der. di sidus -dĕris ‘stella’]. – 1. Delle stelle, stellare; la luce” https://www.treccani.it/vocabolario/sidereo/

[8] L. MELINA, J. NORIEGA, op. cit., 93

[9] SANT’AGOSTINO, Enarrationes in psalmos, 62,5. in L. MELINA, J. NORIEGA, op. cit., 92.

[10] C. ROCCHETTA, Viaggio nella Tenerezza Nuziale, Per ri-innamorarsi ogni giorno. Edizioni Devoniane Bologna, 2003,76.

[12] Cf. Franco Rendich, LVI, 464.

[13] Cf. Franco Rendich, 408.

The Desire for God. The Wise Men and the Star (Matthew 2:1-12)

The Desire for God 

The Wise Men and the Star (Matthew 2:1-12)

The Wise Men set out on their journey, they express the search for the ultimate truth, the desire to welcome the relational proposal offered by God to every man. The star symbolizes Christ; it possesses a "luminous" quality that illuminates the darkness of history and of man. The star also has a guiding role, it shows the way, it marks the path. It is not only the path that man must follow to reach God; it is the interweaving of the paths that unfold in the space of the earth, it is the path of human life. The guidance of the star has both a theological and anthropological purpose. Christ leads man to God, God to man, and man to other men.[1]

 

The Wise Men and the star represent an archetypal search for existential meaning, for the fullness of life. It is the search for Truth as understanding, order, harmony, love, and relationship. This research is characterized by three stages: 1) The Wise Men's place of origin, the East; 2) The star; 3) Adoration.

 

1) The Wise Men's place of origin, the East

The Wise Men come came from the east, the place where the sun rises. The east evokes enlightenment and beginning.

 

Illumination. On a deeply symbolic level, the rising sun dispels the darkness of chaos, confusion, disorientation. The word "orientate" comes precisely from "east/orient". The light of the rising sun makes it possible to distinguish what appeared indistinct, con-fused in the darkness. With the light, I can resume the journey, the goal appears clear and visible again. The light, the illumination, shows my place in the universe, which is no longer shapeless chaos but appears for what it is: order, harmony, and Love. Enlightenment is the understanding of the Truth; it is wisdom.

 

Illumination occurs when the objectivity of Truth (which is Love ["God is Love" 1Jn 4:8,16 NABRE; "God is Light" 1Jn 1:5 NABRE]) meets and is welcomed by the free subjectivity of man. Truth is intimately nuptial as a fruitful relationship between two individual subjects, and nuptiality is deeply connected with Truth as it is Love, a gift of self.

 

The East is the place where the light rises as the cradle of civilization. Israel possesses the historical awareness of being between two great poles of civilization, one in the east (Mesopotamia) and one in the west (Egypt). The Wise Men came from Mesopotamia, and the holy family flees to Egypt. It is the movement of the sun. Christ is recognized first by the East and then welcomed by the West. The Wise Men are the custodians and the culminating point of millennia of searching for the Truth and receiving the motions of the Spirit from the East.

 

All this tells us that Christ is the Light ("I am the Way, the Truth, and the Life. No one comes to the Father except through me" Jn 14:6 NABRE). Without him, there is no illumination. The light of the East leads to Christ, and it is Christ Himself who attracts to Himself.

 

In the Gospel of Matthew, immediately after the Beatitudes, the reader is "overwhelmed" by an extraordinary powerful phrase: "You are the light of the world" (Mt 5:14 NABRE). We only find this affirmation in the First Gospel. It’s a call to become who one is, to take charge of one's own identity, to let oneself be involved in the only adventure worthy of man: to assume the Kingdom, to internalize it, to live it, to expand it, to communicate it. This is the Church and the Christian’s mission.[2]

 

The symbol of light also designates the eschatological community's identity and mission: "light of the world" (Mt 5:13-16 NABRE). The disciples possess an identity relative to that of Christ, and they are called to influence their current cultures, to introduce the promoting horizon of the Kingdom, but they will succeed to the extent that they are willing to have a personal relationship with Christ. The concluding text of the First Gospel, the missionary mandate of the Risen One (Mt 28:16-20), will reveal to us that the Church's mission is Christ's mission and that discipleship is a complex operation, which includes the predisposition aroused by the Spirit, conversion, and the Christian journey aided by teaching. Finally, the Risen One places extreme trust in the communicative abilities of the disciples who, assisted by the Holy Spirit, are called to invest all their energies, their creativity, to share the Word of Jesus.[3]

 

Beginning. East also refers to everything that is initial, dawn, origin, birth, rising and the resurrection, life, and tradition, that which comes from the past.

The Wise Men are the initiators of this quest. The seed, the generative point comes from the East. As partakers in the origin, they know the time of the Messiah's birth, and they know that he was born in Judea. Herod will have to ask the scholars of Israel, the experts of the Holy Scriptures, to learn the "King of the Jews" exact place of birth. The East, being the dimension of the beginning, is essentially ecstatic (ex-stasis), centrifugal, it sends you back to something other than yourself, it takes you out of yourself to meet the One who is the Centre of the universe and of yourself. This is in fact the origin trajectory: it is made to overcome itself, to go out, to go beyond. The Wise Men came from the East to meet Christ, and they were the first to do so. They show the way.

 

The beginning refers to the past, to tradition. In traditional cultures, as is partly also the Biblical culture is in part, what is at the beginning is more important, virtuous, and truthful than what comes after. Therefore, tradition is the central value in these cultures. The basic idea is that the ancestors received the fullness of truth and virtues (generally from the gods). Subsequently, as generations pass, this fullness is progressively lost because no generation can transmit to the next one the totality of what it has received.

 

But in the gospel of Matthew, we see a radical change. Christ, the One who is represented by the star, and who is to be worshipped (He is God), is born neither in the east nor in the west, but in the middle, in Judea, in Bethlehem. Here there is a significant break in the traditional pattern. Not everything had already been given to the ancestors. Indeed, this is the establishment of a new model. Tradition is no longer seen as an initial fullness that is progressively degraded, but as anticipation, a promise, a deposit, a preparation for the fullness that must take place. If we want to render the two concepts graphically, we could say that the first model (the traditional one) has an initial point of origin, with an arrow that moves away from this point and that loses consistency as time goes on (generational transmission). The new model (that of Matthew and of the New Testament in general), on the other hand, presents a point in the centre, which is the place of convergence of the arrow of the past and is at the same time the point of divergence of the arrow of the future. Everything tends towards and departs from the Centre which is Christ. (The Old Testament stands between these two perspectives. The past is important, but God continues to act, creates novelty, and transmits Revelation even in the present. Furthermore, the expectation of a future fulfilment appears more and more).

 

The Wise Men represent the beginning of every spiritual quest, the first step towards fullness, the difference between zero and one. They bring something new into the world, and this causes confusion: "When King Herod heard this, he was greatly troubled, and all Jerusalem with him" (Mt 2:3 NABRE). Each novelty disrupts the established order. The new bursts into history.

 

Christ is the model of all novelty, and no novelty can exist except in Him. It may be objected that not all newness is positive, and therefore not all are in Christ. In reality, evil doesn’t produce authentic novelties, it merely re-proposes the same models of evil. Christ is an authentic novelty, and if a novelty is authentic, it is in Christ. Let us think, for example, of the novelties brought by Christianity: the prohibition of divorce; the recognition of the dignity of every human person, the necessity, consequently, of proclaiming the Gospel to all and the crisis of slavery; the value of celibacy for the Kingdom of Heaven; modern hospitals, universities, and banks; the social doctrine of the Church; the scientific method; technological progress; explorations; etc. All this has been (and more will be) possible because the tradition is seen in a Christological way, that is, as a reference to a fullness that has already been given (the birth, death, and Resurrection of Christ), and at the same time as the preparation of a fullness which will come to fulfilment in the future.

 The Wise Men teach us to recognize novelty. They are “detectors” of change, explorers of the desire for infinity that resides in the heart of man.


2) The Star

The Wise Men represent man's search for Truth, peace, and fulfilment. The object of their desire is the star. They perceive that that particular star, with very distinctive characteristics, can lead them to the realization they are looking for. They also have a name for the reality represented by the star: it is the newborn King of the Jews, the one they are called to worship.

 

But what does the star symbolize?

 The star, besides being a celestial phenomenon, also has a strong symbolic meaning. Let us start with the etymology. The term "star" comes from the Proto-Germanic sternan, and is related to the Indo-European root ster/str.

 The root str indicates something similar to the lights that cross, are spread out/scattered/spread across the sky. Underlying this is the idea of scattering, spreading out. Words such as the Latin sterno/sternere ("to scatter"), the Greek stornymi ("to spread out, distend"), astrum (Latin for "star"), stratos (Greek for "scattered on the battlefield, troops"), and strategos (Greek for "one who leads the troops, strategist") originated from this root. The words "star" and "strategy" derive from the same root: just as the stars are scattered across the sky, the troops must be spread out with the same order and harmony on the battlefield.[4]

 The star sighted and followed by the Wise Men, therefore, evokes order, harmony, strategy. The star guides them to the One who is the very Centre of cosmic/universal order and harmony. Therefore, that child King of the Jews is worthy of adoration, He is the Face of God Himself. The star indicates strategy and requires strategy in order to be followed. The Wise Men get information from Herod, a great strategist, politician, and skilled military commander. But they also play their own strategy.

 If we want to delve a little more into the meaning of the star, we can refer to the origin of the word "desire". In her book Single, a suspended life, Ivana Quadrelli, speaks about desire in these terms:

"Human beings strive towards a fullness that is 'always sought and never fully achieved”[5].  (...) Man discovers that his desires are 'the always partial and inexorably unsatisfied expression of a more fundamental desire, whose object escapes us.”[6]  A desire for something to which we do not know how to name. The word desire, desiderium, is linked, according to Latin writers, to the term siderea, meaning of the stars.[7]   One desires things because they are a trace of the infinite, i.e., 'of the stars'[8].  In every human being, there is a desire to realise a perfect love in which they can abandon themselves totally: at the origin of this desire is, in the unconscious, the desire for God. It is a 'thirst of the soul' (...) everyone who wants to obtain something is in the throes of desire: desire itself is the thirst of the soul. And note how many desires are aroused in the hearts of men.[9] Christ reveals to us the end that attracts us and for which the soul yearns. Being created ad imago Dei, in the image of God (Gen 1:27), we are created for love. The desire for the stars, for the Other (divine), is realised through the other, the spouse, with tangible acts. Therein lies “the desire to love and be loved and the propensity to self-transcend, upwards, towards the Absolute.”[10]  It is a force inscribed in us that characterises our whole being at its very roots." [11]

Our desire for absoluteness, fullness, fulfilment leads us to look upwards, towards the sky. After all, what is it we desire? What do our many desires have in common? We crave food, deep relationships, to love and be loved, the infinite, God. We crave what feeds us. And we desire what nourishes us because we have inscribed within us the code of fullness. We are made to strive towards self-fulfilment. The stars (de-sidera) indicate both desire and fulfilment, the path, and the goal. In fact, there can be no path without a purpose, and no purpose without a path. The former would be wandering without meaning, without direction; and the latter would be unattainable, and a purpose that is unattainable ceases to be a purpose. So, the stars, with their shining and pulsating, become a symbol of something at once distant and near, a symbol of contemplation and action, food, and fulfilment. If we were not inhabited by desire, in all its forms, we would not be driven to nourishment, and without food, there is no fulfilment. It is easy from here to arrive at the Eucharist, food for the fullness of every human being. The stars evoke true food, the bread from heaven. But we could go even further. If the word "desire" comes from the stars, as a symbol of fullness, and fullness refers to the act of nourishment (because we desire what we are nourished with, and what we are nourished with becomes an object of desire), what is the deeper meaning of nourishment? When I feed on something, I assimilate the object within me, I make it part of me, and I make it a subject because I am a subject as a unique and unrepeatable individual. This means that the desire for the stars is an eminently individual act. We all desire the same things, but each one desires in a unique way. The desire for the infinite is then also expressed as a desire for uniqueness, for individuation. And this is God's desire. Yes, God also desires because God is Love. And love is the pinnacle of desire. God desires my individuality, your individuality. He has created us unique so that we express our uniqueness. And uniqueness is expressed in desire, in letting ourselves be surrounded by the light of the stars.

 Desire, also from the Indo-European root means sid, "to bind oneself to the light, to be successful, to fulfil oneself, to reach perfection". From this, derives the Latin sidus/sideris, "stars, constellation", and de-siderium, "desire, what descends/is detached from (de) the stars (sidus)". Other related terms are, in Sanskrit, sidh, "to teach the way", and Siddhartha, "he who has achieved his purpose"; and the Latin considero/considerare, “to be in tune with (con) the starry sky (sidus)”.[12]

 

The Wise Men, in following the star, are not only in search of the universal order and the principle of this order, given by the Child, and they do it strategically (note the theme of spiritual warfare); they are attracted to the star, it catalyses their desire for personal fulfilment, total enlightenment, existential perfection. The star shows them the way.

 

3) Adoration

 The Wise Men's destination is the place indicated by the star: "and on entering the house they saw the child with Mary his mother. They prostrated themselves (“fell down” in Greek) and did him homage (“adored/worshipped him” in Greek)" (Mt 2:11 NABRE). The baby and his mother are in a house. Adoration takes place there. This is the real temple. The temple in Jerusalem is like a subsidiary of this place. God is not in the palace, nor in the temple; He is in the house, He is the Child next to his mother. It’s a familiar, homely, nuptial scene, and at the same time is archetypal, primordial, suggestive, evocative, and powerful. Christ is in the house of man, in the family, in the places where we meet and give ourselves for one another.

The Greek term used for house is oikia (from oikos). The Greek root oik- (including oikonomia, “house law, economy”) is related to the Latin vis-/vic- (visitare, vicus, “where one enters, street”, vicinus, “which is from the same village”, viculus, “hamlet, alley”) and the Sanskrit vis- ves- (vis, “to go inside, enter”, vesa, “house, farm”, visa, “community, tribe”). The common root is given by the Indo-European vis, “to separate from and bond with, to enter, pervade, live in community”.[13] The house is the space where one enters to create community, it is the place where one separates oneself from everything that prevents living together (selfishness) and we access the sphere of common bonds, we allow ourselves to be pervaded by the presence of the other. In the home, we are transformed by the power of communion (koinonia). It’s the space of giving and receiving, and of for-giveness. It is there that we lower our defences, show ourselves vulnerable, bandage our wounds, regain our strength, nourish ourselves, and weave the web of relationships. God is present in the house, in the common space where the community is built in communion.

 The Wise Men enter the house, see the child with his mother, fall to their knees and worship. The Greek verb pi'pto means "to fall, plummet", and belongs to the same family of petomai, "to rise ". The use of this term evokes the image of the Wise Men who are overwhelmed by the emotion and the awareness of finding themselves face to face with the One they have so desired, and for whom they have been preparing for so long. They lose all track of time; there is only the here and now. This is the central point of their life. Everything they have lived up to now was a preparation for this moment, and what they will experience from now on will be the consequence. Their existence and their identity are irremediably marked by this meeting. They can no longer be the same. They fall, precipitate, they no longer have certainties, knowledge, social status, power, experiences. Everything is renewed. The old man dies to make room for the new. Only by falling can we rise. And they fall/rise to adore.

 

But what does it mean to adore? The Greek word is proskyne’o, made up of pros ("go towards") and kyneo ("kiss", perhaps from kyon, "dog", like a dog that licks his master's hand), "approach to kiss". The Latin adorare refers to the same idea: ad (“to go towards”) and os (“mouth”), “to bring to the mouth”. It probably refers to the act of bringing the hand to the mouth to kiss the statue of the deity, or to kiss the floor in front of the statue as a sign of reverence. Adoration, therefore, has to do with kissing. The kiss expresses a fundamental human dimension, the act of eating. On a deeply symbolic level, in fact, the kiss functions as a symbol of nutrition. By kissing the other person, I "introject" them symbolically, I assume/assimilate them, I make them part of me. The mother tells the child that she eats him with kisses.

 The term "adoration" refers to the relationship with the divine or with a substitute for it. To adore means to feed on the object of adoration. In adoration, I feed on God. We are adoring beings; we cannot help but adore something or someone. We can worship God, or a person, an ideology, the state, or ourselves ("narcissism" comes from the myth of Narcissus as a clear example of substitutionary and dysfunctional worship. The young Narcissus falls in love with the image of himself reflected in a mirror of water and, in an attempt to kiss [to feed on/adore] the image [himself], he drowns in the lake).

 

In this house (communion) the Wise Men fall/rise (open to the transcendent) and adore, feed on the presence of God in the Child with his mother. The star led them to the house/temple, the search ends, and a new journey begins. We live between the path and the house, between walking through the world and the communion withdrawn from the world. Our thirst for the infinite (desire, the star) pushes us to seek new horizons, to explore new territories. The house is the nuptial centre of the journey. There you find God with His mother. There you feed on real food and drink real drink. You fall, plummet to rise and go out of yourself to find the authentic you. In front of you, you don’t find your image, but the image of Christ, Son of Man and Son of God, a true icon of the Father in the Spirit. In front of this image, you see yourself for who you are and who you can be. And you are no longer the same. The house welcomes you but also invites you to go out onto the path and announce the transformation that awaits all who are humble and willing.

 


 




[1] Mauro Meruzzi, "You are the light of the world", 53

[2] Mauro Meruzzi, "You are the light of the world" (Mt 5,14). The Mission of Christ and the Christian starting from the Symbol of Light in the Gospel of Matthew, Assisi, Cittadella, 13.

[3] Mauro Meruzzi, "You are the light of the world. "17

[4] Cf. Franco Rendich, Comparative Etymological Dictionary of Classical Indo-European Languages, Rome 2010, 481.

[5] L. MELINA, J. NORIEGA, Domanda sul bene, domanda su Dio, PUL Mursia 1999, 92.

 

[6] “linguaggio sacrale degli oracoli di augurio, in cui si ricercava ansiosamente nelle stelle un segno, che garantisse il compimento di ciò che il cuore spera.” L. MELINA, J. NORIEGA, op. cit., 93.

[7] Ibidem. “Sidèreo agg. [dal lat. sidereus, der. di sidus -dĕris ‘stella’]. – 1. Delle stelle, stellare; la luce” https://www.treccani.it/vocabolario/sidereo/

[8] L. MELINA, J. NORIEGA, op. cit., 93

[9] SANT’AGOSTINO, Enarrationes in psalmos, 62,5. in L. MELINA, J. NORIEGA, 92.

 

[10] C. ROCCHETTA, Viaggio nella Tenerezza Nuziale, Per ri-innamorarsi ogni giorno. Edizioni Devoniane Bologna, 2003,76.

[12] Cf. Franco Rendich, LVI, 464.

[13] Cf. Franco Rendich, 408.

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