El Deseo de
Dios.
Los Reyes Magos
y la Estrella (Mateo 2:1-12)
Los Reyes Magos emprenden su viaje, expresan la búsqueda de la auténtica
verdad, el deseo de acoger la propuesta relacional que Dios ofrece a todo
hombre. La estrella simboliza a Cristo; posee una cualidad "luminosa"
que ilumina la oscuridad de la historia y del hombre. La estrella tiene también
un papel orientativo, muestra el camino, marca la senda. No es solo el camino
que el hombre debe seguir para llegar a Dios; es el entrelazamiento de los
caminos que se desarrollan en el espacio de la tierra, es el camino de la vida
humana. La orientación de la estrella tiene una finalidad tanto teológica como
antropológica. Cristo conduce al hombre hacia Dios, a Dios hacia el hombre y al
hombre hacia los demás hombres.[1]
Los Reyes Magos y
la estrella representan una búsqueda arquetípica del sentido existencial, de la
plenitud de la vida. Es la búsqueda de la Verdad como comprensión, orden,
armonía, amor y relación. Esta búsqueda se caracteriza por tres etapas: 1) El
lugar de origen de los Reyes Magos, Oriente; 2) La estrella; 3) La adoración.
1) El lugar de origen de los Reyes Magos, Oriente
Los Reyes Magos
vienen de Oriente, el lugar por donde sale el sol. El oriente evoca la
iluminación y el comienzo.
Iluminación. En un nivel simbólico profundo, el sol
naciente disipa la oscuridad del caos, la confusión, la desorientación. La
palabra "orientar" viene precisamente de "este/oriente". La
luz del sol naciente permite distinguir lo que parecía indistinto, con-fuso en
la oscuridad. Con la luz, puedo recuperar el camino, la meta aparece de nuevo
clara y visible. La luz, la iluminación, muestra mi lugar en el universo, que
ya no es un caos deforme, sino que aparece como lo que es: orden, armonía y
Amor. La iluminación es la comprensión de la Verdad; es la sabiduría.
La iluminación se
produce cuando la objetividad de la Verdad (que es Amor ["Dios es
Amor" 1Jn 4:8,16; "Dios es Luz" 1Jn 1:5]) se
encuentra y es acogida por la subjetividad libre del hombre. La Verdad es
íntimamente nupcial como relación fecunda entre dos sujetos individuales, y la
nupcialidad está profundamente conectada con la Verdad, ya que es Amor, un don
de sí mismo.
Oriente es el
lugar donde se eleva la luz como cuna de la civilización. Israel posee la
conciencia histórica de estar entre dos excelentes polos de civilización, uno
en Oriente (Mesopotamia) y otro en Occidente (Egipto). Los Reyes Magos vinieron
de Mesopotamia, y la Sagrada Familia huye a Egipto. Es el movimiento del sol.
Cristo es reconocido primero por Oriente, y luego acogido por Occidente. Los
Reyes Magos son los custodios y el punto culminante de milenios de búsqueda de
la Verdad y de recepción de las mociones del Espíritu de Oriente.
Todo esto nos
dice que Cristo es la Luz ("Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie
viene al Padre si no es por mí" Jn 14,6). Sin él no hay iluminación.
La luz de Oriente conduce a Cristo, y es Cristo mismo quien atrae hacia sí.
En el Evangelio de Mateo, inmediatamente después de las Bienaventuranzas,
el lector queda "sobrecogido" por una frase extraordinariamente
poderosa: "Vosotros sois la luz del mundo" (Mt 5,14). Solo
encontramos esta afirmación en el primer Evangelio. Es una llamada a ser quien
uno es, a hacerse cargo de la propia identidad, a dejarse implicar en la única
aventura digna del hombre: asumir el Reino, interiorizarlo, vivirlo,
expandirlo, comunicarlo. Esta es la misión de la Iglesia y del cristiano.[2]
El símbolo de la luz designa también la identidad y la misión de la
comunidad escatológica: "luz del mundo" (Mt 5,13-16). Los
discípulos poseen una identidad relativa a la de Cristo, y están llamados a
influir en sus culturas actuales, a introducir el horizonte de promoción del
Reino, pero tendrán éxito en la medida en que estén dispuestos a tener una
relación personal con Cristo. El texto final del Primer Evangelio, el mandato
misionero del Resucitado (Mt 28,16-20), nos revelará que la misión de la
Iglesia es la misión de Cristo, y que el discipulado es una operación compleja,
que incluye la predisposición suscitada por el Espíritu, la conversión y el
camino cristiano ayudado por la enseñanza. Por último, el Resucitado confía
plenamente en la capacidad de comunicación de los discípulos que, asistidos por
el Espíritu Santo, están llamados a invertir todas sus energías, su
creatividad, para compartir la Palabra de Jesús.[3]
Comienzo. Oriente también se refiere a todo lo que es inicial, el amanecer, el
origen, el nacimiento, el surgimiento y la resurrección, la vida y la
tradición, aquello que proviene del pasado.
Los Reyes Magos
son los iniciadores de esta misión. La semilla, el punto generador, procede de
Oriente. Como partícipes del origen, saben el momento del nacimiento del
Mesías, y saben que nació en Judea. Herodes tendrá que preguntar a los eruditos
de Israel, a los expertos de las Sagradas Escrituras, para saber el lugar
exacto de nacimiento del "Rey de los Judíos". El Oriente, al ser la
dimensión del comienzo, es esencialmente extático (ex-stasis),
centrífugo, te devuelve a algo distinto de ti mismo, te saca de ti mismo para
encontrarte con Aquel que es el Centro del universo y de ti mismo. De hecho,
ésta es la trayectoria del origen: está hecha para superarse a sí misma, para
salir, para ir más allá. Los Reyes Magos vinieron de Oriente para encontrarse
con Cristo, y fueron los primeros en hacerlo. Muestran el camino.
El principio se
refiere al pasado, a la tradición. En las culturas tradicionales, como en parte
lo es también la cultura bíblica, lo que está al principio es más importante,
virtuoso y veraz que lo que viene después. Por eso la tradición es el valor
central en estas culturas. La idea básica es que los antepasados recibieron la
plenitud de la verdad y las virtudes (generalmente de los dioses).
Posteriormente, a medida que pasan las generaciones, esta plenitud se pierde
progresivamente porque ninguna generación puede transmitir a la siguiente la
totalidad de lo que ha recibido.
En el
Evangelio de Mateo vemos un
cambio radical. Cristo, el que está representado por la estrella, y al que hay
que adorar (es Dios), no nace ni en el este ni en el oeste, sino en el centro,
en Judea, en Belén. Aquí hay una ruptura significativa en el patrón
tradicional. No todo había sido dado ya a los antepasados. De hecho, se trata
del establecimiento de un nuevo modelo. La tradición ya no se ve como una
plenitud inicial que se degrada progresivamente, sino como una anticipación, una
promesa, un depósito, una preparación para la plenitud que debe tener lugar. Si
queremos representar gráficamente los dos conceptos, podríamos decir que el
primer modelo (el tradicional) tiene un punto de origen inicial, con una flecha
que se aleja de este punto y que pierde consistencia a medida que pasa el
tiempo (transmisión generacional). El nuevo modelo (el de Mateo y el del Nuevo
Testamento en general), en cambio, presenta un punto en el centro, que es el
lugar de convergencia de la flecha del pasado, y es al mismo tiempo el punto de
divergencia de la flecha del futuro. Todo tiende hacia y parte del Centro que
es Cristo. (El Antiguo Testamento se sitúa entre estas dos perspectivas. El
pasado es importante, pero Dios sigue actuando, crea novedades y transmite la
Revelación incluso en el presente. Además, la expectativa de un cumplimiento
futuro aparece cada vez más).
Los Reyes Magos
representan el comienzo de toda misión espiritual, el primer paso hacia la
plenitud, la diferencia entre el cero y el uno. Traen algo nuevo al mundo, y
esto causa confusión: "Al oír esto, el rey Herodes se turbó mucho, y toda
Jerusalén con él" (Mt 2,3). Cada novedad perturba el orden
establecido. Lo nuevo irrumpe en la historia.
Cristo es el
modelo de toda novedad, y ninguna novedad puede existir sino en Él. Se puede
objetar que no toda novedad es positiva, y por tanto no todas están en Cristo.
En realidad, el mal no produce auténticas novedades, sino que se limita a volver
a proponer los mismos modelos de maldad. Cristo es la auténtica novedad, y si
una novedad es auténtica, está en Cristo. Pensemos, por ejemplo, en las
novedades aportadas por el cristianismo: la prohibición del divorcio; el
reconocimiento de la dignidad de toda persona humana, la necesidad, en
consecuencia, de anunciar el Evangelio a todos y la crisis de la esclavitud; el
valor del celibato para el Reino de los Cielos; los hospitales, universidades y
bancos modernos; la doctrina social de la Iglesia; el método científico; el
progreso tecnológico; las exploraciones; etc. Todo esto ha sido (y será)
posible porque la tradición se ve de forma cristológica, es decir, como
referencia a una plenitud que ya se ha dado (el nacimiento, la muerte y la
resurrección de Cristo) y, al mismo tiempo, como preparación de una plenitud
que se cumplirá en el futuro.
La novedad reconocida por los Reyes Magos, Cristo, es una novedad relativa,
no absoluta. Es el rey de los judíos, es parte de una tradición, y es el Mesías
esperado que se manifiesta de manera inesperada. Cada novedad (que sólo puede
ser Cristológica) es relativa porque debe ser elaborada por el largo proceso de
la tradición.
2) La Estrella
Los Reyes Magos representan la búsqueda del hombre de la Verdad, la paz y
la plenitud. El objeto de su deseo es la estrella. Perciben que esa estrella en
particular, con características muy distintivas, puede conducirles a la
realización que buscan. También tienen un nombre para la realidad representada
por la estrella: es el Rey recién nacido de los judíos, al que están llamados a
adorar.
Pero ¿qué
significa la estrella?
La estrella, además de ser un fenómeno celeste, también tiene un fuerte
significado simbólico. Empecemos por la etimología. El término
"estrella" proviene del latín stella, que está relacionado con
la raíz indoeuropea ster/str.
La raíz str indica algo parecido a las luces que se cruzan, se
esparcen/se dispersan por el cielo. Subyace la idea de dispersión, de
esparcirse. Palabras tales como el latín sterno/sternere ("dispersar"),
el griego stornymi ("extender, distender"), astrum (estrella
en latín), stratos (griego "disperso en el campo de batalla, tropas")
y strategos (griego "el que dirige las tropas, estratega") se
originaron a partir de esta raíz. Las palabras "estrella" y
"estrategia" derivan de la misma raíz: tan pronto como las estrellas
están dispersas en el cielo, las tropas deben estar repartidas con el mismo
orden y armonía en el campo de batalla.[4]
La estrella avistada y seguida por los Reyes Magos evoca, pues, el orden,
la armonía, la estrategia. La estrella les guía hacia Aquel que es el Centro
mismo del orden y la armonía cósmica/universal. Por tanto, ese niño Rey de los
judíos es digno de adoración, es el Rostro de Dios mismo. La estrella indica
estrategia y requiere estrategia para ser seguida. Los Reyes Magos obtienen
información de Herodes, un excelente estratega, político y hábil comandante
militar. Pero también aplican su propia estrategia.
Si queremos
profundizar un poco más en el significado de la estrella, podemos remitirnos al
origen de la palabra "deseo". En su libro Single, una vida suspendida, Ivana
Quadrelli, habla del deseo en estos términos:
"El ser humano se esfuerza por
alcanzar una plenitud que 'siempre se busca y nunca se alcanza plenamente”[5]. (...) El hombre descubre que sus deseos son
'la expresión siempre parcial e inexorablemente insatisfecha de un deseo más
fundamental, cuyo objeto se nos escapa”[6]. Un deseo de algo a lo que no sabemos dar
nombre. La palabra deseo, desiderium, está vinculada, según los
escritores latinos, al término siderea,[7]
que significa de las estrellas. Se
desean las cosas porque son una huella del infinito, es decir, "de las
estrellas"[8]. En todo ser humano existe el deseo de
realizar un amor perfecto en el que pueda abandonarse totalmente: en el origen
de este deseo está, en el inconsciente, el deseo de Dios. Es una "sed del
alma" (...) todo el que quiere obtener algo está en la agonía del deseo:
el deseo mismo es la sed del alma. Y observa cuántos deseos se despiertan en el
corazón de los hombres.[9]
Cristo nos revela el fin que nos atrae y que el alma anhela. Al haber sido
creados ad imago Dei, en la imagen de Dios (Gn 1,27), hemos sido creados
para el amor. El deseo de las estrellas, del Otro (divino), se realiza a través
del otro, la pareja, con actos tangibles. Ahí reside "el deseo de amar y
ser amado y la propensión a autotrascender, hacia arriba, hacia el Absoluto"[10]. Es una fuerza inscrita en nosotros que
caracteriza todo nuestro ser en sus propias raíces". [11]
Nuestro deseo por el absoluto, por la plenitud,
por la realización, nos lleva a mirar hacia arriba, hacia el cielo. Después de
todo, ¿qué es lo que deseamos? ¿Qué tienen en común nuestros numerosos deseos?
Anhelamos la comida, las relaciones profundas, amar y ser amados, el infinito,
Dios. Anhelamos lo que nos alimenta. Y deseamos lo que nos alimenta porque
tenemos inscrito en nuestro interior el código de la plenitud. Estamos hechos
para luchar por la autorrealización. Las estrellas (de-sidera) indican
tanto el deseo como la realización, el camino y la meta.
De hecho, no puede haber un camino sin un
objetivo, ni un objetivo sin un camino. Lo primero sería un vagabundeo sin
sentido, sin dirección; y lo segundo sería inalcanzable, y un propósito
inalcanzable deja de ser un propósito. Así, las estrellas, con su brillo y su
pulsación, se convierten en un símbolo de algo a la vez lejano y cercano, un
símbolo de contemplación y acción, de alimento y de realización. Si no
estuviéramos habitados por el deseo, en todas sus formas, no nos veríamos
impulsados a alimentarnos, y sin alimento no hay plenitud.
Desde aquí es fácil llegar a la Eucaristía,
alimento para la plenitud de todo ser humano. Las estrellas evocan el verdadero
alimento, el pan del cielo. Pero podríamos ir aún más lejos. Si la palabra
"deseo" procede de las estrellas, como símbolo de plenitud, y la
plenitud se refiere al acto de alimentarse (porque deseamos aquello de lo que
nos nutrimos, y aquello de lo que nos nutrimos se convierte en objeto de
deseo), ¿cuál es el significado más profundo de la alimentación? Cuando me
alimento de algo, asimilo el objeto dentro de mí, lo hago parte de mí y lo
convierto en un sujeto, porque soy un sujeto como individuo único e
irrepetible. Esto significa que el deseo de las estrellas es un acto
eminentemente individual. Todos deseamos las mismas cosas, pero cada uno desea
de forma única. El deseo de lo infinito se expresa entonces también como un
deseo de unicidad, de individuación. Y este es el deseo de Dios. Sí, Dios
también desea porque Dios es Amor. Y el amor es la cúspide del deseo.
Dios desea mi individualidad, tu individualidad. Nos ha creado únicos para que
expresemos nuestra singularidad. Y la singularidad se expresa en el deseo, en
dejarnos rodear por la luz de las estrellas.
Deseo procede del latín desiderare, que viene, a su vez, de la raíz
indoeuropea sid, "ligarse a la luz, tener éxito, realizarse, alcanzar
la perfección". De ahí deriva el latín sidus/sideris,
"estrellas, constelación", y de-siderium, "deseo, lo que
desciende/se desprende de (de) las estrellas (sidus)". Otros
términos relacionados son, en sánscrito, sidh, "enseñar el camino", y
Siddhartha, "el que ha logrado su propósito"; y el latín considero/considerare,
"estar en sintonía con (con) el cielo estrellado (sidus)”.[12]
Los Reyes Magos,
al seguir la estrella, no solo buscan el orden universal y el principio de este
orden, dado por el Niño, y lo hacen de forma estratégica (nótese el tema de la
guerra espiritual); se sienten atraídos por la estrella, esta cataliza su deseo
de realización personal, de iluminación total, de perfección existencial. La
estrella les muestra el camino.
3) La Adoración
El destino de los
Reyes Magos es el lugar indicado por la estrella: "y al entrar en la casa
vieron al niño con María, su madre. Se postraron ("se arrodillaron"
en griego) y le rindieron homenaje ("lo adoraron" en griego)" (Mt
2,11). El niño y su madre están en una casa. Allí tiene lugar la
adoración. Éste es el verdadero templo. El templo de Jerusalén es como una
filial de este lugar. Dios no está en el palacio, ni en el templo; está en la
casa, es el Niño junto a su madre. Es una escena familiar, hogareña, nupcial, y
al mismo tiempo es arquetípica, primordial, sugestiva, evocadora y poderosa.
Cristo está en la casa de los hombres, en la familia, en los lugares donde nos
reunimos y nos entregamos unos a otros.
El término griego
utilizado para casa es oikia (de oikos). La raíz griega oik- (incluyendo
oikonomia, "ley de la casa, economía") está relacionada con el latín
vis-/vic- (visitare, vicus, "donde se entra, calle", vicinus,
"que es del mismo pueblo", viculus, "caserío, callejón") y
el sánscrito vis- ves- (vis, "entrar, entrar", vesa, "casa,
farmear", visa, "comunidad, tribu"). La raíz común viene dada
por el indoeuropeo vis, "separarse y vincularse, entrar, impregnar, vivir
en comunidad". La casa es el
espacio en el que se entra para crear comunidad, es el lugar en el que nos
separamos de todo lo que impide la convivencia (el egoísmo) y accedemos a la
esfera de los vínculos comunes, nos dejamos impregnar por la presencia del
otro. En el hogar nos transformamos por el poder de la comunión (koinonia). Es
el espacio de dar y recibir, y de perdonar. Es allí donde bajamos nuestras
defensas, nos mostramos vulnerables, vendamos nuestras heridas, recuperamos
nuestras fuerzas, nos nutrimos y tejemos el entramado de las relaciones. Dios
está presente en la casa, en el espacio común donde se crea la comunidad en
comunión.
Los Reyes Magos
entran en la casa, ven al niño con su madre, caen de rodillas y lo
adoran. El verbo griego pi'pto significa "caer, caer en
picado", y pertenece a la misma familia de petomai,
"elevarse". La utilización de este término evoca la imagen de los
Reyes Magos, que se ven desbordados por la emoción y la conciencia de
encontrarse cara a cara con Aquel que tanto han deseado y para el que se han
preparado durante tanto tiempo. Pierden toda la noción del tiempo; solo existe
el aquí y el ahora. Éste es el punto central de su vida. Todo lo que han vivido
hasta ahora era una preparación para este momento, y lo que vivirán a partir de
ahora será la consecuencia. Su existencia y su identidad están
irremediablemente marcadas por este encuentro. Ya no pueden ser los mismos.
Caen, se precipitan, ya no tienen certezas, conocimientos, estatus social,
poder, experiencias. Todo se renueva. El viejo muere para dejar paso al nuevo.
Solo cayendo podemos elevarnos. Y caen/se elevan para adorar.
Pero ¿qué
significa adorar? La palabra griega es proskyne'o, compuesta por
pros ("ir hacia") y kyneo ("beso", quizá de kyon,
"perro", como un perro que lame la mano de su Maestro),
"acercarse a besar". El latín adorare remite a la misma idea: ad
("ir hacia") y os ("boca"), "llevar a la
boca". Probablemente se refiere al acto de llevar la mano a la boca para
besar la estatua de la deidad, o de besar el suelo delante de la estatua en
señal de reverencia. Por tanto, la adoración tiene que ver con el beso. El beso
expresa una dimensión humana fundamental, el acto de comer. En un nivel
simbólico profundo, de hecho, el beso funciona como un símbolo de nutrición. Al
besar a la otra persona, la "introyecto" simbólicamente, la
asumo/asimilo, la hago parte de mí. La madre le dice al niño que se lo come a
besos.
El término
"adoración" se refiere a la relación con lo divino o con un sustituto
de éste. Adorar significa alimentarse del objeto de adoración. En la adoración
me alimento de Dios. Somos seres que adoran; no podemos evitar adorar algo o a
alguien. Podemos adorar a Dios, o a una persona, a una ideología, al Estado o a
nosotros mismos ("narcisismo" viene del mito de Narciso como claro
ejemplo de adoración sustitutiva y disfuncional. El joven Narciso se enamora de
la imagen de sí mismo reflejada en un espejo de agua y, en un intento de besar
[alimentarse de/adorar] la imagen [de sí mismo], se ahoga en el lago).
En esta casa
(comunión), los Reyes Magos caen/se elevan (se abren a lo trascendente) y
adoran, se alimentan de la presencia de Dios en el Niño con su madre. La
estrella les condujo a la casa/templo, finaliza la búsqueda y comienza un nuevo
viaje. Vivimos entre el camino y la casa, entre el caminar por el mundo y la
comunión retirada del mundo. Nuestra sed de infinito (el deseo, la estrella)
nos empuja a buscar nuevos horizontes, a explorar nuevos territorios. La casa
es el centro nupcial del viaje. Allí encuentras a Dios con su madre. Allí te
alimentas con comida de verdad y bebes de verdad. Te caes, te desplomas para
elevarte, y sales de ti mismo para encontrar tu auténtico yo. Frente a ti, no
encuentras tu imagen, sino la imagen de Cristo, Hijo del Hombre e Hijo de Dios,
verdadero icono del Padre en el Espíritu. Frente a esta imagen, te ves a ti
mismo por lo que eres y por lo que puedes ser. Y ya no eres el mismo. La casa
te acoge, pero también te invita a salir al camino y anunciar la transformación
que espera a todos los que son humildes y están dispuestos.
[1] Mauro Meruzzi, “Tú eres la
luz del mundo”, 53
[2] Mauro Meruzzi, "Vosotros
sois la luz del mundo" (Mt 5,14). La misión de Cristo y el cristiano a
partir del símbolo de la luz en el Evangelio de Mateo, Asís, Cittadella, 13.
[3] Mauro Meruzzi, “Tú eres la luz del mundo”,17
[4] Cf. Franco Rendich, Diccionario
Etimológico Comparativo de las Lenguas Clásicas Indoeuropeas, Roma 2010, 481.
[5] L. MELINA, J. NORIEGA, Domanda sul bene, domanda su Dio, PUL
Mursia 1999, 92.
[6] “linguaggio sacrale degli oracoli di augurio, in cui si ricercava
ansiosamente nelle stelle un segno, che garantisse il compimento di ciò che il
cuore spera.” L. MELINA, J. NORIEGA,
op. cit., 93
[7] Ibidem. “Sidèreo agg. [dal lat. sidereus, der. di sidus -dĕris ‘stella’].
– 1. Delle stelle, stellare; la luce” https://www.treccani.it/vocabolario/sidereo/
[8] L. MELINA, J. NORIEGA, op. cit., 93
[9] SANT’AGOSTINO, Enarrationes in psalmos, 62,5. in L. MELINA, J. NORIEGA, op. cit., 92.
[10] C. ROCCHETTA, Viaggio nella Tenerezza Nuziale, Per
ri-innamorarsi ogni giorno. Edizioni Devoniane Bologna, 2003,76.
[12] Cf. Franco Rendich, LVI, 464.